Iplacea, Complutum, Qal’at ‘Abd-al- Salam, Burgo de Santiuste. Son solo algunos de los nombres que ha tenido nuestra hermosa ciudad a lo largo de su milenaria historia. Celtas, romanos, visigodos, árabes, cristianos y judíos habitaron estas tierras, dejando una importante impronta en ellas. Las huellas que nos ayudan a investigar los restos del paso de estos pueblos por Alcalá, a veces son muy sutiles. El nombre de una calle, el trazado irregular de un barrio, las ruinas de una vetusta fortaleza etc. Otras en cambio, se hallan bien protegidas por la tierra, guardiana atenta de la última morada de quienes antaño nos precedieron.
Los restos más vivos
Nos referimos a las llamadas Necrópolis, o “cementerios de gran extensión en que abundan los monumentos fúnebres” en palabras de la RAE. Como no podía ser de otra manera en una ciudad como la nuestra, bajo el terreno complutense encontramos diseminados lugares más o menos “ricos” en cuanto a presencia de restos óseos se refiere. En algunas zonas, como en la actual estación de Renfe o, incluso, en la mismísima Plaza de Cervantes, se sospecha la existencia de restos funerarios pertenecientes a las religiones hebrea y cristiana respectivamente.
Sin embargo, en la zona del Camino de los Afligidos –nombre cuanto menos apropiado para albergar un cementerio-, encontramos una auténtica necrópolis visigoda de gran extensión y relevancia histórica. Datada entre los siglos VI-VII, comenzó a excavarse a principios de la década de los setenta, del pasado siglo. Este yacimiento, uno de los más importantes de este tipo de la región, ha permitido a arqueólogos e historiadores conocer mejor las condiciones del pueblo godo.
Vienen los visigodos
Debido a la necrópolis mencionada anteriormente, estamos en disposición de afirmar que durante la época visigoda los individuos, presentaban una escasa o nula higiene personal. En esta misma línea, su alimentación era muy deficiente puesto que sobre los restos inhumados, pueden observarse un importante desgaste de las piezas dentarias acompañadas de caries, piorrea, cálculos, abscesos… vamos, no poseían una salud muy envidiable que digamos. Es más, gracias podemos fijar, aproximadamente, la esperanza de vida media en aquella época, entre los 25 y 30 años de edad. Con una mayor longevidad de las mujeres que en los hombres y con una elevadísima mortalidad infantil. También sabemos, que los “visigodos complutenses” se dedicaban principalmente a actividades “agropecuarias” como modo de vida.
Reviviendo las costumbres
Nuestros antepasados visigodos así mismo, tenían la costumbre de reutilizar las tumbas de sus familiares para hacerse enterrar allí. En las tumbas, también se han encontrado diversos objetos característicos que constituirían el denominado “ajuar funerario”, tales como anillos, hebillas, fíbulas, pendientes, cerámica, alfileres etc. Como vemos, vivimos en una ciudad mágica llena de historia. Solo de nosotros depende vivirla y protegerla.
¿Por qué nuestra Patrona es la Virgen de Val?
Diciembre es un mes con encanto, de profundo significado religioso, a pesar de que hoy en día, muchas personas solo se centren en el tan denostado consumismo contemporáneo. Podríamos decir incluso, que Diciembre es un mes mágico, de leyenda. Y precisamente de eso venimos a hablar hoy –o mejor dicho escribir-, de una leyenda que aúna a la vez el misticismo religioso de este mes, con el estudio histórico de nuestra ciudad que en esta sección tanto defendemos.
Para ello, debemos retroceder hasta la Edad Media. Allí, un pobre labriego en un frío día invernal, mientras araba los campos de su señor situados en las cercanías del río Henares, en un descuido se precipitaría al susodicho río. Aterido por las bajas temperaturas de las aguas e impedido en sus movimientos debido al peso de sus ropajes mojados, el campesino estaba próximo a ahogarse, puesto que no era capaz de alcanzar la orilla. Sintiendo ya el aliento de la parca en su nuca, cuenta la leyenda que en un último intento por salvarse, se encomendaría a la mismísima Virgen María la cual, bajando de los cielos, se le aparecería a tan humilde personaje, rescatándolo “in extremis”.
El campesino contaría su historia a vecinos y amigos sin embargo, ninguno le creyó. Debido a esto, la Virgen decidiría intervenir en favor del labriego. Así, justo cuando de nuevo labraba las mismas tierras en las cuales había estado a punto de morir ahogado, encontraría un pequeño nicho en un árbol. Al abrirlo, descubrió que en su interior se hallaba una imagen de la Virgen, la cual con este gesto estaba confirmando la historia que el labriego había contado. Los alcalaínos, convencidos de la intervención divina, y dispuestos a honrar a la Virgen, decidieron levantar una ermita en el lugar exacto de la aparición mariana.
De esta forma, se construyó la famosa ermita del Val y se nombró a la Virgen como protectora de nuestra ciudad. Esta historia, es tan solo una de las múltiples variantes de la misma leyenda. Sin embargo, todas coinciden en mencionar a los mismos protagonistas y en situar los hechos, en la misma zona. Espero que a partir de ahora, cuando pasen por esta ermita, recuerden la leyenda y se acuerden labriego.