El presidente de la última República española que ha habido en nuestra historia, procedía de una familia afincada desde al menos varias generaciones en Alcalá. Es más, su padre llegó a ser alcalde de nuestra ciudad –inauguró la mítica estatua de Cervantes- el cual a su vez, publicaría una obra de referencia para todos los estudiosos de la historia complutense titulada “Historia de la ciudad de Alcalá de Henares”, la cual sería publicada en dos tomos.
Un alcalaíno en política
Manuel Azaña sin embargo, llegó a desarrollar una carrera política más ambiciosa alcanzando altas posiciones en la recién creada República, hasta que en Mayo de 1936, apenas dos meses antes del estallido de la Guerra Civil, Azaña es nombrado presidente de la II República española. Son unos años muy turbulentos dentro de la historia de nuestro país, cuyo colofón final vendría marcado por la desencadenación de la Guerra Civil, iniciada en 1936 y hasta 1939. Es precisamente en este contexto, en el que un 12 de Noviembre de 1937, por avatares del destino, Azaña debe regresar a Alcalá con el objeto de presidir una multitudinaria parada militar del recién creado Ejército Popular.
En total se convocaron unos 7.500 efectivos. Sabemos que Azaña, tenía una impresión negativa de su ciudad natal, tal y como el mismo afirmó tras una visita realizada apenas tres años antes; “he comprobado que siempre que vuelvo a Alcalá, regreso con los humores revueltos”.
Carta de un Presidente
Durante esta breve estancia, Azaña estuvo acompañado por otras figuras de importancia del gobierno republicano en guerra como Juan Negrín –Jefe del Gobierno-, Indalecio Prieto –Ministro de Defensa- y por militares tales como el general Miaja y el carismático Valentín Casado más conocido como “el Campesino”.
A partir de aquí, vamos a dejar que sea el propio Manuel Azaña quién describa a través del testimonio que nos ha llegado gracias a sus diarios, las sensaciones que en él dejó la que sería su última visita en vida a Alcalá de Henares:
“Después del desfile, que presenciamos desde un balcón de la calle Libreros, entre el gentío, descubro algunas caras conocidas, ya bajo la máscara de la vejez, que me sonríen y a las que me es imposible darles un nombre. En un balcón frontero se agolpa una familia.
Imagen de la estatua de Azaña, situada en Alcalá de Henares
Al fondo por encima de las cabezas de la gente menuda, una señora grave no me quita ojo. Creerá que está viendo al monstruo, a quien seguramente conoció de pequeño.
El público se arremolina, vocifera, nos corta el paso. Mujeres del pueblo suben al estribo del coche, golpean los cristales. Y una, muy dramática, llorosa, se desgañita: “¡Le he llevado en mis brazos, en la calle de la imagen, le he llevado en brazos!”.
"¡Pobre! Mucho tiempo ha pasado”