Por Juan Andrés Alba
Emilio Pacios ha muerto como ha vivido toda su larga vida: siendo un caballero de los pies a la cabeza. Un hombre de palabra, una persona cabal y un extraordinario ser humano. Ahora, ya por fin volverá a pasear con Monchi, su impresionante mujer, por las calles de un cielo infinito que recorrerá una y otra vez. Ha sido un ‘alcalaíno’ impresionante, un enérgico complutense.
Allá por el año 93, en la calle Diego de Torres, en la primera sede de Diario de Alcalá, entró con sus maquetas de aviones para escribir artículos especializados de una de sus aficiones y terminó escribiendo ríos de tinta en sus artículos de opinión y participando en uno y mil proyectos.
Aquella fue una generación de sabios con los que aprendimos parte de la vida que nunca habíamos vivido. Una generación en la que Emilio lucía con luz propia y en la que estaban también otros ‘sabios’ ya desaparecidos como el artista Demetrio Díaz Enebral, el tenaz Alberto Prieto, el enorme Paco Antón o el magnífico José María Pinilla. Qué extraordinario legado.
Emilio y yo disfrutamos como enanos con las conferencias de la Fundación Cultural Diario de Alcalá, o con el Círculo Catalán, o con la Casa de Galicia, o con la sección en polaco del Diario de Alcalá, o con aquel viejo proyecto que hicimos realidad: el nacimiento de Clásicos en Alcalá. Cogimos nuestros bártulos y nos presentamos en el despacho de Alicia Moreno, consejera de Cultura por aquella época y de Manu Pérez Aguilar, director general. Y allí nació un Clásicos en Alcalá, que luego nos unió de nuevo en la promoción y en la vivencia de la primera década de ese magnífico acontecimiento.
Y así, con el transcurrir de los eventos, Emilio me contaba su visión de la vida, de cómo él entendía el mundo, de por qué la paz es mejor que la guerra y por qué debíamos llevarnos bien entre todos, y por qué siempre hay un punto de entendimiento entre las personas que es mucho más interesante que su punto de desencuentro.
Emilio me tranquilizaba siempre, a pesar de ser la persona con la que más cafeína he tomado en mi vida. Siempre moderaba mi ímpetu y siempre tenía la palabra adecuada para rescatar una nueva sonrisa que olvidara mis tristezas. Y siempre estaba a mi lado para celebrar mis alegrías. Emilio era un ángel para mí.
Hace unos días tuvimos la última reunión de trabajo para las conferencias que estaba preparando la Asociación de Amigos del Camino de Santiago Complutense, de la que ha sido su presidente desde sus inicios. Y, como siempre, ha dejado sus deberes hechos y las cartas de navegación marcadas. Todos sus amigos lo vamos a echar mucho de menos. Y más aún lo hará su familia, por la que sentía auténtica devoción. Vaya en estas líneas el más intenso de los abrazos para sus hijos, Lourdes, María del Mar, Emilio Antonio y María de la Luz y para sus nietas Beatriz y Cristina. En ellos seguirá viviendo el alma de Emilio. ¡Menudo tesoro!
Emilio era un ángel para mi
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