Mapa de heridas, una obra escrita y dirigida por Sergio Martínez Vila, se encuentra dentro de uno de los cuatro itinerarios que estructuran la programación del Corral de Comedias, “Descargando las tintas”. Un grupo que acoge obras que se acercan a aquello que siempre ha sido ha definido al Corral: comunicación y palabra. Pero también a aquello que debe ser hoy: una reflexión sobre el presente en diálogo con el pasado. Una creación que se estrenará los días 28 y 29 de enero, a las 20:00 horas. Para adquirir las entradas se puede pulsar aquí.
En este marco contextual se encuentra esta obra, en la que Ana (Cristina de Anta) se enfrenta a cuatro hombres diferentes (interpretados por Óscar Oliver). Todos son mayores que ellas: un jubilado de la construcción, un jefe de almacén, un padre de familia que busca sexo con chicas jóvenes y un divorciado que vive con sus padres. Ellos no saben quién es Ana, pero ella sí sabe quiénes son ellos: treinta años atrás violaron a su madre por turnos. Y es posible que ella, en verdad, sea hijo de alguno de ellos.
Ellos no saben quién es Ana, pero ella sí sabe quiénes son ellos
En Mapa de heridas no está muy claro quién de los personajes masculinos habla cuando les brota la palabra del cuerpo, como tampoco muchas de las acciones descritas tienen un género definido. El objetivo es borrar los límites entre víctima y verdugo para propiciar un espacio incómodo de encuentro, como lo son todos los espacios donde las diferencias se anulan. Ése es el lugar escénico por antonomasia de la obra de Martínez Vila. También es el sentido y el “para qué” de la pieza: propiciar la identificación con el otro en un momento tan polarizado como el que vivimos ahora, y bucear en el significado de la violencia que habitamos y legitimamos aun sin darnos cuenta.
"Ana se cita con cuatro hombres diferentes, todos mayores que ella: un jubilado de la construcción, un jefe de almacén, un padre de familia que busca sexo con chicas jóvenes y un divorciado que vive con sus padres. Ellos no se hacen una idea de quién es Ana, pero Ana sabe muy bien lo que ellos le hicieron a su madre treinta años atrás. La violaron por turnos. La dejaron embarazada. Y Ana, que fue el fruto involuntario de ese ataque, creció toda su vida creyendo que el hombre que la había criado era su padre biológico.
Sólo sabe seguir este impulso tal vez la ponga en peligro. O tal vez el mayor peligro de todos sea el de encontrarse cara a cara consigo misma. Por esa misma razón, no está muy claro quién de los personajes masculinos habla cuando les brota la palabra del cuerpo, como tampoco muchas de las acciones descritas tienen un género definido. El objetivo es borrar los límites entre víctima y verdugo para propiciar un espacio incómodo de encuentro, como lo son todos los espacios donde las diferencias se anulan. Ése es el lugar escénico por antonomasia de la obra de Martínez Vila. También es el sentido y el “para qué” de la pieza: propiciar la identificación con el otro en un momento tan polarizado como el que vivimos ahora, y bucear en el significado de la violencia que habitamos y legitimamos aun sin darnos cuenta".
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