Todos sabemos que es importante cuidar del medio ambiente, pero es mucho más importante cuidar de nosotros mismos. No se trata de una paradoja: estos dos principios no son irreconciliables y, de hecho, cuidar del planeta supone también cuidar también de nosotros, de nuestro futuro y del porvenir de las generaciones que nos sucederán. Sin embargo, en el gran acto colectivo del cuidado- que debería ser el que inspirase la acción social-, la mayoría de las veces nos olvidamos de aquellos que no tienen las mismas necesidades que nosotros. Las personas con discapacidad sufren en muchas ocasiones la peor de las discriminaciones: la invisibilización, que provoca que el mundo (y nuestra sensibilidad) se construya sin tener en cuenta la voz o los problemas de las personas con diversidad funcional.
Desde el punto de vista ambiental, este paralelismo entre accesibilidad y sostenibilidad también sucede, y aunque en muchas ocasiones las propuestas ambientales se alinean con los intereses de los miembros de estos colectivos - con los planes de peatonalización de las grandes ciudades se suelen incluir mejoras en la accesibilidad, por citar un ejemplo- , en las últimas semanas ha surgido una polémica en redes sociales que enfrenta las políticas de "Plástico 0" con la realidad de las personas con movilidad reducida. La raíz de la discusión partió de la foto de un huevo frito precocinado que se vende empaquetado en un envoltorio de plástico.
La conciencia ecologista no debe ser un "dogma" o una serie de reglas escritas en piedra que se deban aplicar de manera indiscriminada, sin valorar el contexto, los pros y los contras
Una tarea tan sencilla para nosotros como es freír un huevo puede suponer, en efecto, una total odisea para una persona con movilidad limitada. El problema no es solo desconocer esta realidad - pues, al fin y al cabo y por desgracia las necesidades de estos colectivos suelen estar invisibilizadas-, sino juzgar con palabras tan duras y severas, como las dirigidas por miles de usuarios hacia este producto, una realidad que realmente que se nos presenta tan parcialmente y descontextualizada.
Este caso no es el único en el que se carga- de manera inconsciente- contra la existencia de productos dirigidos a la población con diversidad funcional, pues es bastante habitual que, ante la presencia de productos que buscan facilitar tareas, nuestras reacciones reflejen no solo desconcierto, sino arrogancia y falta de empatía. ¿Quién no se ha reído alguna vez del típico aparato de la teletienda para abrir frascos o aflojar los tapones de los recipientes de pasta de dientes? Precisamente en esas risas despreocupadas y livianas se refleja el privilegio que tenemos al vivir en un mundo a nuestra medida, en el que en pocas veces se cuestionarán nuestras capacidades o dificultades.
###73552##
La conciencia ecologista no debe ser un "dogma" o una serie de reglas escritas en piedra que se deban aplicar de manera indiscriminada, sin valorar el contexto, los pros y los contras. Al igual que no puedes juzgar a un obrero por hacer uso de un vehículo viejo y contaminante para llegar hasta su lejano puesto de trabajo, tampoco deberíamos juzgar a los usuarios que tienen que hacer uso de estos huevos precocinados o de la fruta pelada envuelta en plástico.
Es cierto que, con certeza, se pueden alcanzar alternativas más ecológicas que también faciliten la inclusión, pero la actitud arrogante que en muchas ocasiones adoptamos en esta materia, desde luego, no nos va va a ayudar a alcanzarlas. En lugar de opinar tan deprisa, deberíamos sensibilizarnos y escuchar más a las personas con discapacidad, que al vivir estas realidades todos los días seguro que ya han pensado en opciones más sostenibles que cubran sus necesidades. Nuestra realidad es poliédrica y compleja, y el futuro verde que queremos construir también lo será.