Dos años llevamos con el debate sobre el cambio de hora y a día de hoy nada es seguro sobre el mantenimiento de esta medida. Lo único que podemos saber con certeza es que el domingo 31 de octubre a las 3:00 se retrasarán de nuevo sesenta minutos las agujas del reloj. Ganaremos así, una hora más de sueño y nos seguiremos adaptando a los horarios de luz natural para reducir el consumo energético.
La fecha de este año coincide con el día de Halloween, aunque se produce en el paso de la noche del sábado 30 a la madrugada del domingo 31. Desde ese momento dará comienzo el horario de invierno y los días resultarán más cortos, no por falta de tiempo, sino de horas de luz.
La hora y las fechas que se seleccionan cada año no quedan al azar, ya que el objetivo es que la incidencia sea mínima tanto económica como fisiológicamente para todos. Sin embargo, es inevitable experimentar algunas consecuencias. Es común que nos sintamos más cansados y que, además, al permanecer inmutables los horarios laborales y de escolarización ese cansancio nos dificulte la concentración e incluso nos haga estar más alterados a lo largo del día.
Se intenta que la incidencia sea mínima a nivel económico y fisiológico
En 2019 Europa fijó que los estados miembros deberían seleccionar un único uso horario al que adherirse. Ese mismo año finalizaba el plazo para tomar la decisión, sin embargo, se aplazó hasta el uno de abril de 2021. Estamos en octubre y ¿Cuántas decisiones se han tomado? Probablemente en otros ámbitos muchas, pero en relación a quedarnos con el horario de invierno o el de verano seguimos igual que desde 1996.
La UE ha ido empalmando problemas de mayor calibre que eclipsaban esta cuestión. A la salida de Reino Unido de Europa le sucedió la crisis del Coronavirus y la falta de consenso de los países miembros tampoco ha animado a ninguno a sacar el tema a la palestra. De este modo, mientras los países que no están interesados sigan retrasando una decisión incómoda y papá Europa no de un golpe sobre la mesa seguiremos teniendo que mover las manecillas de nuestros relojes.
Suponiendo que se siga adelante con esta medida, habría que decantarse entre las horas de invierno o de verano. ¿Esto qué implica? Que si establecemos el de verano las jornadas laborales comiencen antes del amanecer en invierno y si tomamos la medida contraria, el amanecer ya se haya producido algunas horas antes de que nos despertemos y encaminemos al trabajo.
Esto podría ser contraproducente para aprovechar las horas de luz solar, además de generar alteraciones en nuestros ritmos circadianos, que marcan nuestro estado mental y físico a lo largo del día según la luz y la oscuridad.
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