Cuando los sentimientos encienden y abarcan el silencio no son imprescindibles, ni siquiera precisas, las palabras. El querer respira en la superficie, pero más elevado se encuentra el desamor. Y no hay dialéctica que a ninguno de los dos haga justicia. El sigilo es capaz de contemplar y acoger el estruendo del dolor. Es así como existe esa compensación: El equilibrio desmesurado entre un espacio en blanco y el pitido en el oído como un ruido agotador.
La búsqueda atormentada de la paz personal es otra guerra íntima. Y todas las fases, aunque sin delimitar y sin determinaciones, se convierten en premisas pertinentes y tolerables. El sufrimiento, en menor o en mayor medida, siempre es común. En sus diversos formatos y geometrías; en el caos y en lo quieto que precede.
En El tiempo que te doy, no hay lugar para el adorno, ni para la conversación redundante. Porque ese tipo de elementos no cabe en el duelo, sino que molesta. Y una ruptura también requiere de un luto. Así nos lo muestra Lidia, la protagonista de esta historia. Ella vive la reciente separación de Nico, su expareja, y estratégicamente parece decidir los minutos que le dedica en su día a día: una forma de mitigar la memoria y, en este caso, su consecuente desconsuelo.
Una realidad físicamente sencilla, pero internamente abrumadora.
La composición y la luz de este audiovisual destella por ser tenue, por saber mostrar contemplando, una realidad físicamente sencilla, pero internamente abrumadora. Parece que sin ser expresados, los pensamientos de Lidia se pueden leer. Quizás porque también los hemos escrito, en cierta manera, alguna vez.
La música nos traslada hasta un corazón roto, pero Nadia de Santiago, Inés Pintor y Pablo Santidrián, eligen también el roce de las hojas de los árboles, el canto de los pájaros, las voces de la multitud: el mundo al natural y al desnudo como acompañamiento de una emoción abierta en canal.
Carente de aderezo pero repleta de detalles, El tiempo que te doy no solo es breve en su ornamento, también en su extensión general y por capítulo. Esta característica encierra otro mensaje, y es que, poco tiempo nos hace falta para medir cuánto dedicamos al recuerdo y cuánto a vivir.
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