Autor: Álvaro Frutos Rosado
Ilustraciones: Francisco Cruz de Castro
Locución: Lala
Al parecer, en los días siguientes los obuses de la artillería se oían cada vez más cerca. Sobre todo, eran constantes durante el día y la noche las pasadas de la aviación, siempre temiendo que pudieran hacer caer su mortífera carga. Los chicos tenían la orden materna de correr y esconderse bajo las encinas cercanas. Aquellos días empezaron a hacerlo con mayor frecuencia.
_ Saldremos mañana por la mañana, mujer. Iremos caminando hasta Villalba, es como una jornada, pararemos cada hora a descansar. Los niños también irán a pie. Inventaremos juegos para que el camino se haga más corto. “El vasco” se ha prestado a dejarnos su coche, iremos haciendo viajes, nos quedaremos en un refugio que hay justo antes de empezar la carretera de la Sierra. Cuantos más viajes hagamos menos habrá que caminar. Los viajes serán por edad, primero los mayores.
_ ¿Los mayores?
_Si, no iremos solos, vendrá también mi tía, mi hermana y su familia y algunos vecinos.
_ ¿Por?
_Pues, mayormente, porque las bombas van caer para todos. Va a ser terrible, me has convencido, es la vida lo que importa.
_ ¿Qué nos podemos llevar?,
El soltó una risotada que dejó escapar en la cara de ella un gesto de malestar.
_ Nos podemos llevar lo mínimo. En el coche no cabe mucho, lo importante son las personas. Me han dejado un carro, pero luego hay que tirar de él. Llevar poco. Ropa pues el invierno está cerca y algún colchón.
_ ¿Algún colchón? ¡Si están nuevos, los compramos al terminar la casa!
_ ¿Y la casa? No tiene más que cinco años, entre estas cuatro paredes tenemos todo.
La siguiente mañana, amaneció con una espesa y baja niebla. El húmedo frío empezaba a calar los huesos. Tenía una parte positiva, la aviación no podría volar y el fuego de artillería carecía de sentido si las tropas no podían iniciar su avance.
Los chicos se pusieron en marcha aún con una luz cerrada, tanto como sus ojos poblados de legañas. La madre les había vestido como una cebolla pensando que ninguna de las prendas sobraría. En la calle el padre intentaba formar a toda la troupe para poder, cuanto antes, iniciar la expedición. Todos sacaban a la puerta lo que podían llevar consigo. Ejerció ese papel tan masculino de dar órdenes, con conocimiento o no, intentaba gobernar todo, decidiendo sobre las partes y el absoluto. Situado en la puerta de la casa, donde se habían congregado las diferentes familias, voceaba como asentador de abastos lo que llevarían o no. A todos advertía que en el carro podían cargar bultos livianos. Sólo colchones. ¡Mueble ninguno!
Empezó la carga. Carro, carretillas, una mula, que nadie sabía de donde había salido, y algún que otro improvisado medio de transporte. _ Eso sí, eso no. _Eso tampoco, eso menos.
En un momento dado salió la mujer con los niños que cada uno de ellos portaba un juguete. _ ¡De ninguna manera! ¡Juguetes nada! Gritó furioso.
La mujer salió arrastrando un bulto de madera con toda dificultad. El marido al verla chillo hasta despertar al adormilado soldado que hacía guardia en un portón_ ¡La máquina de coser…eso sí que no!
_Con eso es con lo que me he ganado la vida y con eso me lo ganaré para dar de comer a mis hijos. Aseveró con un aplomo que hacia la discusión cerrada.
_Bien vale, ya veremos cómo lo hacemos. Dijo resignado.
En ese momento vio como toda su autoridad se había enfriado y disuelta en la niebla.
Va a ser terrible, me has convencido, es la vida lo que importa
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