Pare un segundo y piense en un estado que haya dominado totalmente un periodo de tiempo de la historia del hombre. Al hacerlo, quizás aparezcan en su mente dos, tres o cuatro nombres. Siga pensando. Rebusque ahora en su mente y vislumbre un estado expansivo y belicoso. ¿En cuál ha pensado? Seguramente en ninguno en concreto, dominar tiene sus costes y uno de ellos es ser expansivo y belicoso. Bueno, entonces mejor concéntrese en un estado que cumpla las anteriores variables y, además, haya perdurado mil años en pie. Supongo que ahora sí. Solo existe uno. Roma.
Roma, fundada en el 754 a.C. como monarquía y tomada en el 476 d.C. como imperio por las tropas del hérulo Odoacro. 1230 años de vida caracterizados por una grandeza civilizatoria, expansiva y cultural. Junto a Grecia y muy influida por ella, la cuna de nuestra cultura y modo de vivir. Un estado capaz de poseer todos los territorios que rodean el Mar Mediterráneo y más allá.
Por supuesto, el camino fue largo y en ocasiones arduo, no apto para potencias menores ni débiles. No por casualidad desde el siglo II a.C. el mayor enemigo de Roma fue ella misma. Ningún estado cercano pudo detener su embestida, entre muchos factores, consecuencia de una de las maquinarias bélicas más perfectas de la Historia, el ejército romano, la legión.
En un primero momento, el ejército de Roma no se diferenciaba demasiado de uno griego clásico
Sin embargo, lejos de comúnmente pensado, la legión tal y como se concibe actualmente no es ni mucho menos temprana, sino que su creación y perfeccionamiento fue consecuencia de años. Muchos años, que, por supuesto, no estuvieron exentos de derrotas.
En un primero momento, el ejército de Roma no se diferenciaba demasiado de uno griego clásico. Influenciados por sus vecinos etruscos y las colonias griegas en el sur de la península itálica, portaban un escudo circular cubierto de bronce y una lanza al modo griego, es decir, con una longitud menor de tres metros. Armados de este manera, formaban en un tipo de falange similar a la desarrollada en la Grecia Clásica, más pesada y con lanzas más cortas que la de Alejandro Magno.
No obstante, dicha armamento cambiará consecuencia de la experiencia romana frente a los celtas, quienes, de hecho, llegaron a saquear Roma en el 390 a.C. De ellos copiarán varias cosas entre las que destacan el escudo, el casco y el mayor uso de la espada, concretamente de la espada larga celta, ya que la doctrina falanguita (de falange) relegaba este arma a un segundo puesto en favor de la lanza.
Más tarde fueron las Guerras Samnitas (343-290 a.C.) las que provocarían otra variación en la doctrina romana. Entre dichos cambios, uno de los más llamativos se produjo en el modo de organización, concretamente, en busca de una mejor movilidad del ejército. Anteriormente, la falange se fundía en una única línea que actuaba como frente de batalla. Algo ineficaz contra pequeñas tropas e irregularidades del terreno, ya que si esta línea se rompía era fácilmente atacable por el lado derecho, aquel donde portaban la lanza y no el escudo, por tanto, descubierto de defensa.
Volviendo a las Guerras Samnitas, la gran movilidad de las tropas de este pueblo provocó el cambio de formación en falange por los manípulos o formación manipular. Esta rompía la línea única en favor de unidades de 120 hombres separadas entre sí y dispuestas en tres líneas: Una primera formada por 1200 Hastati (infantería liviana, la primera en chocar), 1200 Principes (soldados más experimentados) y 600 Triarii (infantería pesada y veterana).
Sobre su armamento, este también cambió salvo por los Triarii, quienes mantuvieron el escudo pesado y la lanza. El resto de las filas cambiaron las lanzas por los llamados pilum. Una especie de jabalina clave para inutilizar el escudo enemigo y así poder penetrar en su formación. Cada legionario llevaba dos pila (plural de pilum), suponiendo así una lluvia de 4800 artefactos contra el enemigo. Tras su lanzamiento aun restaba la espada.
Junto a estos tres divisiones, delante de las líneas se situaban 1000 vélites, unidades ligeras armadas con un escudo, una espada corta y tres o cuatro jabalinas con impulsor. A sus lados se encentraba la caballería, 300 equites o jinetes equipados con armamento defensivo pesado, escudos circulares y lanza.
Posteriormente, a partir de las Guerras Púnicas, otro importante cambio será la sustitución de la espada larga celta por la denominada como gladius hispaniensis. Una espada ligera usada originalmente por las tribus celtíberas y otras tribus íberas tan eficaz que fue adoptada por los romanos tiempo después.
Por tanto, una legión de esta época estaba formada por 4.500 hombres: 1000 vélites, 1200 Hastati, 1200 Principes, 600 Triarii y 300 equites, según el historiador Polibio. A esto hay que añadir los llamados socii, unidades aliadas de los distintos territorios integrados por Roma. Su número era similar al de las legiones y constituían un enorme fortalecimiento de la fuera romana. Tanto es así que Aníbal, el famoso general cartaginés, no cesó jamás de intentar llevar la guerra a la península itálica y así destruir el enorme fondo de tropas aliadas con las que contaba Roma.
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