Existen pocos países en el mundo que yo sepa, donde en aras del «descanso del guerrero», se paralice un país casi por completo una semana o en algunos casos, hasta semana y media o dos si se tercia. Aquí no pasa nada y Santas Pascuas.
Estamos en la sociedad del progreso y el bienestar del individuo.
Empresaria y laboralmente hablando, Diciembre se ha convertido en los últimos ocho lustros, en el mes menos productivo de la historia reciente, pues si al «acueducto más que puente», que se da prácticamente todos los años en función de como caigan los dos primeros fines de semana del mes, más la celebración del día de la Constitución y el de la Inmaculada Concepción, le añadimos lo que falta por llegar, cuando conmemoremos las fiestas de navidad y el consiguiente fin de año, se da la circunstancia que una parte de la masa trabajadora, no acude ni por casualidad, a los centros de trabajo ni la mitad de las jornadas que lleva impresas la página de almanaque, correspondiente al mes número doce.
¿Conocen ustedes, algún país del mundo, donde se den las mismas circunstancias? Creo que el pueblo español en esta tesitura, tal vez sea, el más adelantado del planeta ¡y nos quedamos tan panchos!
Bien es cierto, que una parte de la población, sigue estos días, sacándose las castañas del fuego a piñón fijo y al pie del cañón o incluso más si cabe, para que el resto de privilegiados disfruten de esta retahíla de jornadas ociosas sin acordarse de nadie.
Dependiendo del lugar en la pirámide social, que a cada ciudadano le tocó en suerte, de su linaje o clase social, de la profesión que consiguió y con la que lidia a diario o de «los posibles» que cada cual maneje, no hay duda que a todas luces, se sentirá que pertenece a dos Españas totalmente diferentes.
Una, la de los viajes al último confín a tutiplé, el glamour, champaña y caviar del Báltico, las vacaciones de muchos días y ceros y la otra la del despertador a las cinco y media de la mañana, la pizza, el vinito de dos con cuarenta, el burger de fin de semana y la visita de dos días como máximo al pueblo de los parientes para volver cargados de patatas y más rollizos que nunca, pues sabemos disfrutar como nadie, de los judiones con chorizo, unas miguitas, unos grelos o una docenita de rosquillas hechas con aceite de oliva, por otra parte, impagable en estos tiempos.
Dependiendo del lugar en la pirámide social que a cada ciudadano le tocó en suerte se sentirá que pertenece a dos Españas totalmente diferentes.
Seamos claros y concisos, que lo que a cada cual Dios le dio san Pedro se lo bendiga y no busquemos culpables por ello, pero no por eso hemos de dejar de reconocer que un país dividido y productivo al cincuenta por ciento es difícil que salga adelante, cuando la mitad de la población hace de esclavos y la otra mitad de holgazanes sin escrúpulos, pues que yo sepa aún no he visto a nadie salir en los magacines ofreciendo a algún congénere menos pudiente, su billete de avión o su viaje de ensueño, en un gesto de solidaridad altruista como pocos y que le honraría por siempre.
La verdad es que hemos cogido por banda el refrán de, «Ande yo caliente, y ríase la gente», y no queremos oír ni hablar, de aquel otro que afirma rotundo, «Cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar».
¿Llegará el día en que los parias se cansen de hacer el ídem y se revuelvan contra el que guarda en secreto todo lo que puede, la vidorra que se pega, para que nadie se entere?
Cuidado, existe el riesgo. En la historia ya ha pasado mil veces.
Pero sin ser agoreros… vivamos el presente ¡Y que cada cual disfrute lo bailao!
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