¿Por qué nos depilamos? ¿Eliminar el vello de manera permanente mejora nuestra calidad de vida? ¿Nos hace más felices teñirlo en diferentes zonas de nuestro cuerpo para camuflarlo o rasurarlo mientras nos causamos heridas? ¿Es sano buscar la seguridad en nosotras mismas en base a la cantidad de pelo que tengamos en las piernas? Hace varias temporadas empecé a plantearme este tipo de cuestiones y, ahora, a mis treinta años, y después de tres veranos sin cortarme un pelo, este es el primero que he decidido (volver a) depilarme de manera consciente y respetuosa.
La depilación es uno de los pilares que sostienen el ideal de feminidad que la sociedad contempla para las mujeres. Se trata, por tanto, de un dictado patriarcal que combatimos desde el feminismo. Esto no significa que depilarse impida ser feminista. El objetivo es poner el foco sobre la decisión que tomamos a la hora de llevar a cabo una acción que, sin duda, no nos provoca una sensación agradable y nos cuesta tiempo y dinero. Entonces, ¿es cierto eso de ‘yo me depilo porque me gusta’?
Lo cierto es que el estereotipo de feminidad no contempla una mujer sin depilar y, en el proceso de socialización de género, las mujeres aprendemos que para ser aceptadas e, incluso, valoradas, debemos encajar en la imagen que el patriarcado proyecta de nosotras. Se trata de un aprendizaje del que no somos conscientes pero que cala hasta el punto de no reconocernos si tratamos de sacar el pie fuera de los márgenes fijados. Por esto, es fácil que nos gustemos más a nosotras mismas cuando estamos bien depiladas y que confundamos esta sensación con la libre elección de eliminar el vello. Además, las reacciones de la sociedad tienden a señalar a las mujeres que se saltan el paso marcado, provocando que aceptarse a una misma sea un proceso complejo en el que influyen varios agentes externos.
No sé cuál es vuestro caso, pero yo me depilé por primera vez a los 12 años, antes de ir al viaje de fin de curso del colegio. No sabía cuál era la razón por la que no quería llevar pelos en las piernas, de hecho, ni siquiera reflexioné sobre ello, simplemente sentí la necesidad de hacerlo porque ‘tocaba’, porque ya me percibía como una niña, pero tampoco una mujer. Era una ‘chica’, una adolescente, y estas no llevan pelos por el cuerpo, simplemente, porque el patriarcado no nos quiere así y, por ende, nosotras tampoco. Justo un año antes, durante las vacaciones de verano, teniendo yo 11 años, un chico, varios años mayor que yo, me comentó que todavía no me depilaba porque no me habían empezado a atraer los chicos. Las mujeres que estaban presentes asintieron con ternura. En ese momento no me importó, ni siquiera pensé en ello cuando me depilé por primera vez, pero, ahora, como adulta, no puedo ver más claro cómo se nos educa para agradar y para satisfacer el deseo masculino, haciéndonos creer que los roles que asumimos para ello son reproducidos por nosotras mismas por cuestiones de naturaleza, de gusto, de placer.
Ahora, como adulta, no puedo ver más claro cómo se nos educa para agradar y para satisfacer el deseo masculino
La deconstrucción es un camino muy largo, es un ‘amiga date cuenta’ constante que nos repetimos internamente y que reforzamos desde la sororidad. Es difícil asumir que, en contra de lo que queremos creer, hay decisiones que no hemos tomado nunca por cuenta propia, sino inducidas por toda una cultura nos lleva inculcando ciertas ideas desde niñas para que no olvidemos a dónde pertenecemos y qué asuntos debemos atender. Aunque pueda parecer un gesto simple de consecuencias obvias, dejar de depilarse implica que el pelo crezca en tus piernas o debajo de tus brazos y que la gente los mire porque no acostumbra a ver mujeres con más pelo que el que cuelga de su cabeza. Mientras vas a la playa, a la piscina o a la discoteca con pelos, el sistema patriarcal te susurra que no es lo correcto, que no te ves bien, que has dejado de ser atractiva, que estás boicoteándote. Mientras, tú, poniéndote a prueba a ti misma, te mantienes firme porque estás cómoda y te sientes bien, pero dudas, a sabiendas que de que has ganado tiempo, confianza y salud.
Hay zonas que nunca fui capaz de dejar de depilarme del todo o, al menos, no en base a los tiempos que yo, de verdad, hubiese querido. Me ganó el pulso el patriarcado, pero ahora ya soy consciente de que me empuja a depilarme. Hay otras zonas que sí deje de depilar por completo y, hoy, después de varios años, he decidido quitarme los pelos de los sobacos y puedo decir que lo he hecho por diferentes razones, de manera consciente y libre de prejuicios o expectativas ajenas. Tras varios años reaprendiendo que mi cuerpo tiene pelo, ahora sé que no volveré a depilarme en base a una necesidad que no existe. Lo haré cuando quiera o me apetezca y asumiré porqué me veo más guapa y me siento más limpia cuando llevo la piel despejada. Depilémonos o no, pero, sea como sea, tomemos consciencia de cómo y porqué decidimos hacerlo, más allá del ‘porque odio los pelos y me gusta depilarme’.
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