Son las siete y media de la mañana. Mi padre y yo hemos salido a fumarnos nuestro cigarro mañanero tras una noche de poco descanso y mucho estrés. Las elecciones generales han dejado unos resultados que, lejos de ser esperados, parecen mostrar el sentir de una sociedad dividida por la necesidad: la necesidad de salir de la crisis económica, de tener una vivienda, de tener un trabajo, de poder vivir. Una sociedad que clama encontrar una salida, pero no sabe a quién acudir.
En esta conversación, un tanto espesa cabe decir, mi padre ha compartido conmigo cómo vivió cada una de las elecciones que han precedido a estas últimas. Comicios que estaban muy marcados por una ideología imperante y que permitía a los votantes dejar a un lado sus intereses más personales para encontrar una meta común. En cada situación de crisis, los ciudadanos se "ponían de acuerdo" (obviamente no era algo negociado de forma colectiva, pero había un sentido crítico más unificado) y daban su apoyo al partido contrario, con la esperanza de que fuera el salvador de la podredumbre que había generado su oponente durante cuatro años de gobierno.
Ahora, con la crisis económica que tenemos encima, la crisis ideológica que está generando luchas entre hermanos, y la crisis social en la que estamos dejando de ser individuos para ser masas controladas por algoritmos, ¿en quién queremos depositar esa confianza ciega para que nos saque del agujero?
Esta pregunta me la llevo haciendo toda la mañana, y eso que ya he ejercido mi derecho a voto. ¿En quién hemos apostado? No lo sé. Es la primera vez que, si me pidieran hacer un artículo sobre el ganador del juego, no sabría ni por dónde empezar. Los resultados dicen que, en número de votos y escaños conseguidos, Alberto Núñez Feijóo es el máquina que se ha subido al primer puesto, eso sí, si hablamos de mayoría absoluta no llega ni a la m.
Por su parte, Pedro Sánchez ha conseguido dos diputados más que en 2019. Mientras las encuestas auguraban una caída de película para el PSOE, la realidad ha sido completamente distinta y sorprendente. No solo se mantienen como segunda fuerza más votada, sino que la diferencia en votos con su rival es de 330.870, una verdadera miseria.
Estupendo, si echamos números ninguno puede gobernar ni en solitario ni, por lo que parece, en coalición. Solo el equipo de Sánchez guarda un atisbo de esperanza si, aparte de Sumar (31), obtuviera los apoyos de ERC (7), EH Bildu (6), PNV (5) y BNG (1), consiguiendo así 172 escaños de 176 que exige la mayoría absoluta. Hasta aquí todos sabemos contar, ¿no? Pues no contéis con un nuevo Gobierno sólido.
Hasta aquí todos sabemos contar, ¿no? Pues no contéis con un nuevo Gobierno sólido