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Solemos decir que lo que no se nombra no existe, pero no es así. Cuando dejamos de ponerle palabras a determinadas realidades solo las hacemos invisibles y obligamos a quienes las padecen a sufrir sus consecuencias en un contexto de mayor vulnerabilidad, si cabe. Esto es lo que ocurre cuando permitimos que se siga negando la violencia de género o que se busquen todo tipo de eufemismos a la hora de señalar las violencias contra las mujeres, con el objetivo de seguir manteniendo un modelo relacional enraizado en profundas desigualdades de género.
Mientras esto ocurre, las cifras oficiales reflejan un total de 40 mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas a lo largo de 2024. Las víctimas mortales son la última manifestación de una violencia que atraviesa todas las estructuras sobre las que se construye nuestro modelo de sociedad, en el que, todavía, hay hombres que siguen entendiendo el avance feminista como una amenaza para sí mismos. Necesitamos políticas públicas incisivas que condenen el machismo en todas sus manifestaciones, sin importar quién, cómo, dónde y cuándo. Necesitamos políticas públicas que garanticen la protección y los recursos necesarios a las mujeres víctimas y, por supuesto, necesitamos políticas públicas preventivas que impulsen una educación en igualdad desde las etapas más tempranas, permitiendo a las nuevas generaciones crecer más sanas y más libres.
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