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Y entonces todas las estrellas del firmamento brillaron de una forma especial, con una luz que parecía tener un toque terrenal. La copa resplandecía entre las calles de Madrid, sostenida por una marea roja que nos hizo sentir unidos y miembros de algo más grande. Algo más grande como lo es hacer historia.
La selección española de fútbol ha vuelto a coronarse en Europa. Hemos recuperado el trono y de qué forma: siete victorias en los siete partidos disputados y únicamente con cuatro goles en contra. Un recorrido impecable.
El trono europeo se tiñe de rojo y nuestra selección demuestra estar -una vez más- por encima del bien y del mal, por encima de aquellos que no creían y por encima de todas las críticas. Han pasado 22 años desde la última Eurocopa, mucho ha cambiado la selección que ahora más que un equipo recuerda a las pachangas de amigos por su simbiosis particular. Un conjunto de profesionales ensambladas con un mismo objetivo, un sueño compartido.
Justo esa conexión se transmiten en el campo porque es muy difícil parar a dos chavales -de no más de 21 años- como Nico y Lamine, que salen a ganar bailando y saltan al campo con el espíritu de la inocencia de los patios de recreo, pero con la potencia de quienes están destinados a grandes logros.
Mucho queda por andar, mucho queda por conseguir, mucho queda por demostrar; pero esta copa, esta Eurocopa, se queda aquí. De Luis a otro Luis, la Eurocopa vuelve a ser española.