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El tortuoso camino hacia la nueva modernidad
Agricultores, ganaderos, transportistas, taxistas, sanitarios, profesores… arrollados por los nuevos tiempos
MADRID |

Un número indeterminado de agricultores y ganaderos protestan desde hace días en casi todas las grandes ciudades de España. Han cortado las principales autovías en Barcelona, Madrid, Bilbao, Pamplona, Sevilla, Zaragoza. Nadie sabe cuántos son y tampoco está muy claro qué piden. Lo cierto es que el sector primario español, junto al de otros países europeos, reclama soluciones a sus actuales problemas: Sequía, bajos precios, competencia desleal de otros países, amplia burocracia… Reclamaciones justas, sin duda, aunque también se cuelen cuestiones políticas relativas a la Agenda 2030 o al negacionismo climático que quieren aprovechar los partidos de la derecha porque consideran un potente instrumento arrojadizo contra un Gobierno al que no dan tregua.

A principios del año pasado, fueron los taxistas los que colapsaron las calles porque están hartos de competir en desigualdad de condiciones con las nuevas plataformas surgidas desde aplicaciones móviles.

También protestaron los transportistas porque no les salía a cuenta salir a trabajar y dejarse media vida en la carretera para que las grandes empresas les impongan todas las condiciones laborales.

Los sanitarios llevan años reclamando mejores condiciones de trabajo y en vez de escucharlos, ven con ojos asombrados como Isabel Díaz Ayuso propone que una Inteligencia Artificial se encargue en un futuro no muy lejano de recetarnos los tratamientos médicos.

Los profesores tampoco son escuchados y siguen intentando educar a nuestros hijos sin creer en el actual sistema, enfrentándose a problemas cada vez mayores, con precarias condiciones de trabajo y con la “espada de Damocles” de que en pocos años alguien también decida que el trabajo que realizan lo hace mejor una aplicación controlada, como no, por una Inteligencia Artificial.

Podría seguir con los autónomos o con los periodistas. ¡Ay los pobres periodistas! que llevamos años entregando nuestro trabajo gratis a las grandes plataformas como Google o Meta que ingresan millones de euros por sus negocios, que pagan los impuestos que quieren y que se han hecho con la llave de la información, entregándola a su conveniencia para incluso elegir los partidos que gobiernan en cada rincón del mundo. Han encontrado la fórmula secreta del condicionamiento de las masas para que piensen lo que ellos quieren. Mientras nosotros, pobres plumillas, seguimos luchando para intentar subsistir en una profesión que necesita muchas dosis de vocación.

Hay algo en común en todos estos colectivos: Todos protestan porque sus condiciones de trabajo y, por extensión, de vida, han empeorado. El futuro no aparece halagüeño y amenaza a todos con empeorar el panorama aún más. Como es lógico, todos nos revelamos.

Alguien nos podría decir eso de “es el mercado, amigo” o mejor aún, nos podrían explicar lo que está sucediendo con un expresivo “¡es el futuro, idiota!”. Vamos que o nos adaptamos a los cambios o estamos destinados a la extinción. Se trata del tortuoso camino hacia la modernidad que está moviendo los cimientos que pisamos desde hace siglos.

Algunos de estos colectivos cuentan con una ventaja competitiva. No todos podemos cortar carreteras o quebrar la cadena comercial para hacer fuerza y que nuestras reclamaciones sean tenidas en cuenta. Y eso no puede ser. Necesitamos que nos escuchen a todos, que las protestas no desborden las leyes que nos hemos dado y que se busquen soluciones reales. Necesitamos un periodo de adaptación para que nadie se quede atrás. De lo contrario, entre protestas, ruidos y malos modos acabaremos por incendiar todo… antes incluso de llegar a ese incierto futuro.

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