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Toda buena historia necesita un broche de oro y aquí hay muchos quilates. Rafa, Andrés; Andrés, Rafa. El retiro de ambos pone fin a una era irrepetible para nuestro deporte, un capítulo dorado. Pusisteis nombre y apellido a una generación. No nos ofrecisteis hazañas deportivas, sino lecciones de vida.
Nadal, la lucha y la superación. Cada vez que saltaba a la pista, lo hacía con una intensidad que parecía ilimitada, como si cada punto fuese una batalla. Su carrera, marcada por 22 títulos de Grand Slam, está llena de momentos épicos, pero su proeza residió en acabar con su mayor rival: el mismo. Sus múltiples lesiones y tropiezos forjaron su mentalidad y su espíritu indomable. El mallorquín nos demostró que la verdadera victoria está en no rendirse, en seguir adelante incluso cuando el cuerpo pide descanso.
Por otro lado, Andrés Iniesta, el genio silencioso, también dice adiós al fútbol. Con su sutil toque y su visión prodigiosa consiguió todo lo habido y por haber: desde un mundial con gol propio hasta un sextete incomparable. Fue el cerebro y el alma de una de las mejores generaciones del fútbol español, el hombre que nos elevó al cielo. Porque aquel día, como dijo un sabio, el de Albacete se convirtió en el Iniesta de nuestras vidas. Siempre modesto, siempre elegante, Iniesta brillaba sin necesidad de protagonismo. En un mundo donde el fútbol a veces se vuelve estridente, Iniesta fue calma y pasión, todo a la misma vez.
Culmina una etapa, pero las lecciones perduran porque su legado será eterno. Ahora, solo nos falta entonar un firme gracias.