José María García Nuñez
@artal92
San Ignacio de Loyola, historia de un fundador
San Ignacio de Loyola (1491-1556), quién pasaría a la posteridad por ser el creador de la Compañía de Jesús, la mayor orden religiosa masculina de toda la cristiandad, comienza su historia con nuestra ciudad en 1526, cuando decide trasladarse a Alcalá para iniciar sus estudios en teología dentro de las aulas de la prestigiosa universidad cisneriana.
El motivo por el cual San Ignacio comenzó a estudiar a una edad tan tardía –a los 35 años- se debe fundamentalmente, a que gran parte de su inmediata juventud la dedicó al ejercicio de las armas.
Y es que, no sería hasta los treinta años de edad cuando llamaría a su vida la vocación religiosa. Como resultado de una larga convalecencia a consecuencia de una terrible herida en su pierna derecha, Íñigo –primer nombre de nuestro protagonista, antes de su conversión- pide libros para entretenerse y así, matar las largas horas de tedio pasadas en cama. Entre estos libros, se hallaban muchas hagiografías o vidas de santos.
La Inquisición: El Proceso de Alcalá
Habíamos dejado a un treintañero San Ignacio, por los pasillos de nuestra universidad. Se nos ha olvidado mencionar, que nuestro protagonista durante su estancia en Alcalá, vivía de las limosnas que la gente piadosa tenía a bien concederle. Así mismo, predicaba la palabra de Dios y trataba de convertir a muchos pecadores “con represiones llenas de mansedumbre”.
Sin embargo, este peculiar personaje carecía de cualquier tipo de autoridad teológica, por lo que pronto fue investigado por la tan temida Inquisición, ante la sospecha de que las nuevas ideas que propagaba se tratasen de una desviación del dogma de fe. Debido a esto, y puesto que la Inquisición no se andaba con muchos rodeos, tal y como contaría el propio San Ignacio muchos años después al rey Juan III de Portugal: “En Alcalá, de Henares, después que mis superiores hicieron tres veces proceso contra mí, fui preso- y puesto en cárcel por cuarenta y dos días. Y si Vuestra Alteza quisiere ser informado por qué era tanta la indagación e inquisición sobre mí, sepa porque, yo no teniendo letras, mayormente en España, se maravillaban que yo hablase y conversase tan largo en cosas espirituales”.
Finalmente como todos los lectores imaginarán, San Ignacio resultaría declarado inocente, lo que le permitiría abrir numerosos colegios y hospitales de la orden en la ciudad. De tal modo, en la Plaza de los Doctrinos complutense, un San Ignacio pétreo se erige observando los nuevos tiempos de Alcalá. No ya como prisionero, sino como santo.