El día en el siglo XVIII comenzaba pronto. A las seis de la mañana ya estaban en pie los españoles de aquel siglo; también, los boadillenses. Y, por supuesto, don Luis de Borbón, infante de la Corona. Entre las ocupaciones que iba realizando a lo largo del día nuestro vecino más ilustre (al menos, durante el tiempo que vivió con nosotros), se encontraba la visita a un lugar muy especial, el Gallinero del Palacio. No acudía allí, como podréis suponer, para alimentar las gallinas o realizar las labores propias de un corral. Llamamos desde hace ya tres siglos Gallinero a un edificio peculiarísimo y que poco tenía que ver con la cría de animales (aunque se cuidaran los que había allí) sino, más bien, con su estudio. El Infante siguió durante toda su vida las luces de la Ilustración, y por eso, consagró buena parte de su tiempo a la observación de la naturaleza para adquirir cuantos más conocimientos, mejor. Ello explica la abundancia de insectos, pájaros y animales exóticos de especies tan distintas como cebras, cabras de angora u osos que poblaron el Gallinero y que don Luis y su séquito pudieron admirar. Una suerte de zoológico a pequeña escala que engrosaría la Enciclopedia, cumpliendo, de esta manera, uno de los sueños del Infante.
Ahora, al cabo de más de doscientos cincuenta años, este emblemático edificio ha vuelto. Desconozco si habéis tenido ya oportunidad, queridos vecinos, de visitar la Casa de Aves del Infante don Luis, como también se conocía el Gallinero. Los que hayáis tenido ocasión de hacerlo, la habéis encontrado como nueva, como nunca muchos de nosotros la habíamos visto. Porque, cuando llegué hace ya diez años a este Ayuntamiento como parte del equipo municipal, el Gallinero era una auténtica ruina. Un despropósito, una pena, reducido prácticamente a escombros. El abandono incomprensible de una joya del patrimonio histórico de Boadilla. Antonio González Terol y yo compartíamos el anhelo de recuperar aquel edificio que fue tan original, la prueba de que una de las mentes más comprometidas con el saber ilustrado pasó por este municipio y estableció aquí su sede de estudio y sus tertulias científicas y culturales. No podíamos dar la espalda a ese legado. Por eso, nos pusimos manos a la obra.
El abandono incomprensible de una joya del patrimonio histórico de Boadilla
Y, gracias al arquitecto restaurador del proyecto, José Ramón Duralde, y a todo el equipo de Obras del Consistorio, quienes ya la han visitado os pueden contar que tenéis la Casa de Aves lista, adaptada a los usos museísticos y pedagógicos actuales. Mayores y pequeños contáis con la oportunidad de conocer algo más de la Historia Natural en los dos edificios circulares que componen el Gallinero y mediante los materiales divulgativos que hemos preparado para los curiosos invitados de don Luis. La Casa de Aves es un lugar donde dejarse sorprender por las maravillas de la tierra que nos rodean, aprenderlas y descubrir más sobre ellas. Su propósito no es otro que despertar el gusto por la investigación. Una muestra de fidelidad a la vocación ilustrada del Borbón.
Rehabilitada siguiendo los pocos planos dieciochescos que conservábamos, la Casa de Aves forma parte, de nuevo, del conjunto histórico que componen nuestro queridísimo Palacio, sus jardines y huertas, la fuente monumental y el estanque y la noria, que se encuentran ya en pleno proceso de recuperación. Cumplimos de esta manera una deuda con la herencia recibida del Infante don Luis. Era necesario elevar nuestro pasado a la altura de nuestro presente. Porque somos quienes somos gracias, en gran parte, a la labor de aquéllos que nos precedieron. Pero, sobre todo, era una deuda pendiente también con vosotros, vecinos. Os espera un edificio que os merecéis. Y nada me gustaría más que lo disfrutarais con los vuestros, y así lo hicieran las siguientes generaciones. Es un tesoro que os tocaba ya gozar. Bienvenidos, pues, a la Casa de Aves.