Vamos a hacer un ejercicio de imaginación. Intentemos ponernos en el lugar de la mujer que ha sufrido la agresión sexual del futbolista Santi Mina para entender cómo se responsabiliza a las víctimas en casos como este que, además, se dan constantemente, aunque no se hagan mediáticos. Eres una mujer y estás con un hombre con el que has decidido marcharte durante una noche de fiesta. El espacio que compartís es una furgoneta, por lo que no hay demasiada libertad de movimiento, algo que, claramente, se vuelve en tu contra cuando entra en el vehículo un segundo hombre, amigo de aquel con el que tú habías decidido pasar un rato, pero al cual nadie ha invitado a pasar. Al menos, tú no lo has hecho, pero dudas de si ellos habían planeado ese asalto y te sientes acorralada. En esa tesitura y en una clara posición de desventaja, te niegas a tener relaciones con este hombre que ha irrumpido en la furgoneta, pero, aun así, él te introduce su pene en la boca. No contento con ello, cuando tú consigues empujarlo para que deje de penetrarte, te empuja y mete sus dedos dentro de tu vagina.
Los hechos, todos probados, son más que suficientes para comprender que la mujer está siendo agredida sexualmente por un hombre, aunque no es eso lo que dicta la justicia. El agresor, Santi Mina, ha sido condenado a cuatro años de cárcel por abuso sexual, no por agresión. ¿Qué más tenía que haber hecho el futbolista para ser considerado un agresor sexual? La clave está en el uso de la fuerza, en el empleo de la violencia o, más bien, en la supuesta ausencia de ella. A ojos de la Justicia de nuestro país no es suficiente violencia la que se ejerce contra una mujer cuando es víctima de hombres como Santi Mina, por lo que solo ha sido condenado a cuatro años de cárcel por abuso.
Quizás, si después de meter el pene en la boca de la víctima o de penetrarla vaginalmente con los dedos, hubiese decidido seguir (y continuar forzando a la víctima por la fuerza, ya que es obvio que era algo que ya estaba haciendo) se le habría juzgado por agresión. O no. Puede que se echase entonces en falta mayor rotundidad en la negativa de la mujer o que su comportamiento tras ser violada se observase demasiado alegre como para estar diciendo la verdad. Podríamos seguir ideando situaciones porque son muchas a las que nos hemos tenido que enfrentar ya las mujeres mientras en la calle continúan violándonos.
Falta perspectiva de género y sobra el lastre machista que pone a las mujeres en tela de juicio y que sigue responsabilizándonos de las agresiones sexuales a las que nos someten hombres como este futbolista. Responsable es quien viola, quien acosa, quien somete y quien mira hacia otro lado para protegerlo. Responsable es también el sistema que perpetúa la estructura patriarcal que nos oprime y que, todavía, nos mantiene caminando inseguras por las calles. Un roce, un tocamiento o una penetración. No importa. Todo es violencia contra las mujeres si no hay consentimiento.
Todo es violencia contra las mujeres si no hay consentimiento