Desde hace casi la friolera de setenta años, concretamente desde mil novecientos cincuenta y cuatro, en la fecha del veinte de noviembre, promovido y auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, se celebra el Día Universal del Niño, conmemorando así mismo la aprobación de los Derechos del Niño, pilar fundamental del más universal de los tratados internacionales.
Su objetivo no es otro que concienciar al conjunto de las sociedades del planeta para que los niños estén protegidos y tengan acceso a la salud y educación, entre otros, sin que tenga importancia el lugar del cual procedan o donde hayan venido al mundo. No olvidemos que los niños son la esperanza de nuestro futuro, y nuestra responsabilidad como adultos es proveerles de las mejores virtudes para afrontar lo venidero.
Juguemos como hacen los niños y no perdamos jamás la inocencia, pues se trata de inculcarles sentimientos que les hagan crecer como personas y ciudadanos. Sembremos en ellos semillas de paz, amor, solidaridad y concordia con los más necesitados, de tal manera que adquieran en su niñez valores, virtudes y costumbres que les lleven a ser un poco más humanos.
El progreso no tiene razón de ser, mientras haya niños que mueren a diario de hambre y enfermedades, mientras millones de congéneres vivan en la más absoluta miseria; por tanto, trabajemos por erradicar estos males que emponzoñan nuestros logros, como especie dominante, y que dicen muy poco de las buenas intenciones que se supone que albergamos y mucho del sendero sobre el que camina el ser humano.
Juguemos como hacen los niños y no perdamos jamás la inocencia
Pero sobre todas las cosas ,si nuestra intención es dejarles un mundo mejor que el que poseemos hoy en día, protejámoslos de la intolerancia y maldad gratuita, inculcándoles aprecio por la diversidad de todas las culturas del planeta, y fomentemos la libertad de pensamiento y de conciencia. Preservémoslos de guerras, envidia y odio, y hagamos lo posible por dejarles una sociedad donde predominen moralidad, amor y respeto. El maestro don Jacinto Benavente dijo en una ocasión con increíble acierto: «En cada niño que nace, nace la humanidad de nuevo».
¡Qué acertado estuvo el dramaturgo español, Premio Nóbel de Literatura! Pues, si en cada niño que viene al mundo, nace la humanidad de nuevo, ya estamos tardando en celebrar cada nacimiento como el nuevo descubrimiento del ser humano. Amemos cada nueva vida, como si fuera de nuestra propia familia, ya que en resumidas cuentas, se supone que todos somos hermanos e hijos de la madre tierra. ¡Que la sonrisa e inocencia de un niño, para siempre nos protejan!
Cirilo Luis Álvarez