Madrid, mañana del 10 de septiembre de 1981. A bordo de un vuelo regular procedente de Nueva York, llegaba a Barajas bajo gran discreción una de las obras más influyentes de Pablo Picasso. De grandes dimensiones, el día anterior había sido descolgada de las paredes del MoMA para pisar por primera vez España. Un país en plena Transición democrática que, tras años de negociaciones, vería para satisfacción popular la ansiada llegada del “Guernica”.
Desde ese momento han transcurrido ya 40 años. Cuatro décadas en las que los españoles han podido disfrutar de una de las grandes pinturas del siglo XX y su significado. Un cuadro creado con un fin y destinado a un lugar concreto; una obra encargada por el gobierno y para el estado, en este caso, el de la Segunda República Española.
Contexto
La historia del cuadro obliga a trasladarse hasta finales de 1936, un momento marcado por una especial crudeza dentro de la historia de España. Inmersa en el comienzo de la Guerra Civil, los primeros meses de la contienda parecían vaticinar una rápida derrota republicana ante el imparable avance de los sublevados. Para principios de octubre, las tropas comandadas por el general Franco se encontraban prácticamente a las puertas de Madrid, pudiendo atacar la capital española por varias zonas al mismo tiempo. Sin embargo, la ciudad conseguiría repeler las ofensivas franquistas y así prolongar el conflicto hasta 1939.
Fuera de nuestras fronteras, la llamada “guerra de España” tuvo una repercusión inmediata en el panorama político internacional. Sobre todo, en una Europa sumergida en un juego estratégico de máxima tensión entre tres grupos principales: las potencias democráticas con Francia e Inglaterra a la cabeza; la Alemania de Hitler y la Italia Fascista; y los comunistas de la URSS. Dicha coyuntura sería clave en la política exterior desarrollada por estos países.
En un intento por aislar el conflicto y evitar su internacionalización, Francia e Inglaterra promovieron desde un principio el llamado “Pacto de No Intervención”. Este consistía en un acuerdo por el que ningún país adherido podría ayudar a cualquiera de los bandos beligerantes. No obstante, enseguida se mostró ineficaz debido a su incumplimiento por parte de Alemania e Italia, primeramente, a favor de los sublevados, y poco tiempo después por la URSS en beneficio de los republicanos.
La participación española en la Exposición Internacional de 1937 supuso un hito para la propaganda exterior republicana
Diplomacia y propaganda
Desde que fracasara el golpe de estado en julio de ese mismo año, la búsqueda de alianzas internacionales se había convertido en algo primordial para ambos contendientes. Una necesidad que hizo crecer exponencialmente la importancia de la difusión al exterior de las causas mediante redes diplomáticas y la propaganda. Dos planes que, aunque con finalidades similares, obtuvieron resultados dispares.
Por una parte, el citado “Pacto de No Intervención” impidió la llegada de material bélico y técnico al bando gubernamental procedente de países como la Francia del socialista Léon Blum, aparentemente un aliado lógico de la República, o Inglaterra. Un hecho que convertiría a la URSS en su única potencia aliada y proveedora de suministros durante toda la guerra. Por su parte, el caso del bando rebelde fue muy diferente. Ayudado desde el mismo julio por Italia y Alemania con numerosos aviones y armamento, pudo gozar de una superioridad y ventajas que, entre otros factores, ayudó al mencionado inicio victorioso de las tropas sublevadas.
Consecuencia de esto, siendo evidente una gran necesidad de apoyo exterior, el gobierno del Largo Caballero creó el Ministerio de Propaganda el 4 de noviembre de 1936. Una institución con la finalidad de promover un cambio en la política exterior respecto a la República que estabilizara o invirtiera las opciones de victoria.
La Exposición Internacional de París de 1937
Entre las muchas empresas en materia de política exterior que emprendió el gobierno de Largo Caballero, la participación española en la «Exposition Internationale des Arts et Techniques», celebrada en París en el verano de 1937, supuso un hito en la propaganda exterior republicana.
El compromiso de formar parte del evento había sido aceptado en 1934, pero tras el estallido la guerra quedó prácticamente descartado. No obstante, frente a todas las previsiones, el gobierno decidió presentar un gran proyecto para representar a España en la Exposición Universal.
Este giro se debió principalmente al cálculo de oportunidades que ofrecía semejante acontecimiento. Sin lugar a duda, tal y como apreció el embajador en París, Luis Araquistaín, la creación de un pabellón español suponía una enorme herramienta de propaganda republicana hacia el mundo. Un modo de lograr la ansiada atención que allanara las negociaciones del Gobierno de la República, y así conseguir los vitales suministros de armamento que el “Pacto de No Intervención” impedía obtener.
Por tanto, una vez reunido el equipo que llevaría a cabo el proyecto, se requirió de los más prestigiosos artistas de vanguardia españoles para hacer realidad el plan propagandístico de la República. Entre los elegidos destacaba el cartelista Josep Renau, el cineasta Luis Buñuel o el pintor Joan Miró, sin embargo, la presencia de Pablo Picasso resultaría esencial para el éxito de la empresa. Una participación del artista malagueño que, como es sabido, aportó, entre otras obras, la exposición de la obra central del pabellón español, el “Guernica”, situado nada más acceder al edificio.
Entre este episodio y el presente han transcurrido 84 años, más del doble desde que aterrizara esa mañana el avión procedente de Nueva York. Un acontecimiento considerado por personalidades como el entonces Director General de Bellas Artes, Javier Tusell, el final de la Transición Española en el terreno cultural.