Las atrocidades de la guerra se reproducen más allá de los cuerpos de quienes combaten. Fuera de la zona de conflicto, las violencias continúan perpetrándose, ya sea a nivel económico, social o político. De hecho, en ocasiones, se orquestan incluso fuera de los márgenes del territorio político-geográfico implicado directamente, en los mismos lugares donde quedan opacadas entre actos solidarios, pero sin dejar de echar raíces en discursos que van desde las instituciones hasta la ciudadanía.
Como profesional, escucho muchos de esos manifiestos de partidos políticos a los que no les tiembla el pulso cuando tienen que establecer un doble rasero a la hora de justificar qué personas huidas de la guerra en sus países pueden recibir ayuda humanitaria desde el nuestro. Esos cargos públicos, que apenas buscan excusas para maquillar el racismo que les hace llamar niños o niñas a menores que vienen de Europa y ‘menas’, con odio y desprecio, a quienes cruzan fronteras sin compañía buscando refugio, son los mismos que ahora instrumentalizan las imágenes de mujeres combatientes en la guerra ruso-ucraniana para escupir su misoginia y arremeter contra cualquier iniciativa o política con perspectiva de género que persiga la igualdad entre mujeres y hombres.
Como profesional, pero también como persona y como mujer, ahora dejo la objetividad rigurosa que pide el carácter informativo del periodismo y dedico la columna de opinión de este mes a comentarles que el feminismo no victimiza a ninguna mujer, sino que nos libera de esas desigualdades que nos convierten en víctimas de violencias que sufrimos por el único hecho de ser mujeres. Ahora, en este marco internacional convulso, les invito a reflexionar y a repensar la Historia con honestidad, ni siquiera es necesario que miren más allá de la que sirve de sostén a nuestro país, ese del que defienden poco más que la bandera.
Con un simple repaso, descubrirán que, en la guerra, las mujeres somos esa mitad de la población que experimenta un especial retroceso en sus derechos y libertades. Nosotras somos las que volvemos a los hogares a seguir cuidando, echando a perder los escasos avances que hemos conquistado en materia de corresponsabilidad. Somos nosotras también las que salimos más dependientes económicamente y las que vemos cómo vuelve a generarse en torno a nuestra expresión de género una dulcificación del concepto de madre abnegada, sufrida y silenciada.
Nuestros cuerpos quedan más expuestos a las violencias físicas y sexuales. Nuestra sexualidad queda, de nuevo secuestrada, y puesta a disposición del patriarcado, que se refuerza en el marco de un conflicto en el que una mujer violada se cosifica hasta el punto de convertirse en una batalla ganada, en un trozo de carne sobre el que ganarle un asalto al enemigo.
Señoras y señores, recojamos material, donemos alimentos, acojamos personas que huyen de los horrores de la guerra, pero no se arranquen a alardear de su bajeza moral. Dejen de utilizar la desgracia de un pueblo para seguir apuntando sobre otros y para reforzar el discurso misógino que llevan por bandera. Por lo que a ustedes respecta, hay guerras que ya no van a ganar.
Dejen de utilizar la desgracia de un pueblo para seguir apuntando sobre otros y para reforzar el discurso misógino que llevan por bandera