Jada Pinkett fue la única persona agredida verbalmente durante la polémica gala del ‘trío de los Oscar’. Fue Jada, también, la única mujer en el centro de una situación doblemente violenta, en la que todas las miradas y los altavoces se han posado sobre los dos hombres, Will Smith y Chris Rock, que le robaron la voz, quisiera ella, o no, alzarla en aquel momento.
Todavía, esta mañana, amanecemos con los últimos coletazos de un episodio que continúa dando vueltas en medios y redes sociales. Lo novedoso de los titulares de hoy es que, por fin, los copaba Jada Pinkett, eso sí, lo hacía cubierta de un halo rancio que terminaba perfilándola como la esposa que “abandona” o “da la espalda” a su marido, como se han lanzado a escribir muchos que, probablemente, también se atreverían a calificar las reacciones de histéricas, exageradas o ‘feminazis’. De eso no tenemos pruebas, pero tampoco demasiadas dudas.
Durante estos últimos días hemos visto todo tipo de discursos que se cruzaban desde distintos frentes, entre ellos, los que censuraban a quienes se arrojaban al barro para opinar sobre este asunto, sin ponerse en la piel de quien se convierte en espectador de una situación de la que un ser querido sale perjudicado. Sin embargo, la cuestión va más allá de todo esto. Y es que, una de las razones por las que nos cuesta tanto condenar la reacción de Will Smith es que muchos hombres se ven reflejados en su comportamiento y, por su lado, muchas mujeres vieron en el actor el semblante de sus parejas, sus padres o sus hermanos y no les disgustó hacerlo, sino todo lo contrario.
Esto es, simplemente, resultado del patriarcado. Una consecuencia de haber crecido, hombres y mujeres, con unos referentes socioculturales machistas que nos han invitado a asociar la violencia, ejercida por los varones, con un alarde de virilidad y, según qué contextos, con una defensa del honor propio y de ‘los suyos’. De hecho, el posesivo cobra aquí un sentido más que oportuno, ubicando al hombre como el patriarca del núcleo familiar.
Es peligroso ensalzar públicamente a un personaje que reproduce estereotipos machistas que, sin lugar a dudas, solo deben ser combatidos para avanzar, conjuntamente como sociedad, hacia la deconstrucción del sistema patriarcal y la igualdad de género. La salud mental, el racismo o el ‘shaming’ son cuestiones latentes en esta polémica y, por supuesto, podemos y debemos abordarlas, pero, en ningún caso, pueden servir de parapeto para excusar el machismo.
Es peligroso ensalzar públicamente a un personaje que reproduce estereotipos machistas que, sin lugar a dudas, solo deben ser combatidos