Por las ansias expansionistas de un tirano comenzó la segunda guerra mundial.
Por las ansias de poder de otros muchos, desde las postreras del siglo XX hasta nuestros días, cientos de guerras han salpicado la faz del planeta por todos sus puntos cardinales y plagado el corazón humano de estupor y vergüenza ajena.
Ahora, en la era de la información, de las nuevas tecnologías, la globalización, el cambio climático y la pandemia entre otras, aparece de nuevo un autócrata sin escrúpulos, rodeado de oligarcas, sin aprecio ni respeto alguno por la vida humana.
Y en un malabar juego de tronos, digno de la magia negra, se presentan ante medio mundo como los salvadores del planeta ante el mal, sin especificar y aclarar que el propio Belcebú son ellos mismos y sus tácticas de opresión para con su propio pueblo o para todo aquel que se ponga por delante, ante su infame proyecto de controlar o cambiar una parte del mundo tal y como lo conocemos.
No importa el dolor y la miseria que causen. No importa el sufrimiento del inocente.
Y en el nombre de paz y justicia, a todas luces se oculta, el verdadero motivo del conflicto que mantiene en vilo y sin respiración al planeta en estas jornadas y que no es otro que robar libertad y recursos a un vecino pueblo soberano, convirtiendo sus ciudades y campos, en ruinas e inmensos mataderos.
La guerra no está justificada
Maldito sea el que no respeta la vida del congénere, maldito sea, el que convierte en cacería, el libre pensamiento del contrario.
Al igual que en la mente de Napoleón, Hitler o Mussolini, en los delirios de un paranoico del siglo XXI, hijo de la Gran Rusia, importan un comino la existencia de reglas y acuerdos, únicamente priman sed de poder, expansionismo territorial y expolio de recursos naturales, dejando al margen y usando como instrumentos de coacción, la vida de civiles inocentes.
La guerra no está justificada, ni siquiera para distraer al propio pueblo de los problemas internos, más si cabe cuando se emprende una lucha fraticida entre hermanos de la misma sangre.
Tambores de guerra resuenan en el aire en el primer mundo, pero no olvidemos que en otros mil lugares del planeta, de no tan recio abolengo, llevan resonando décadas.