“Los sueños, sueños son” profetizó allá por el siglo XVII, el maestro Calderón de la Barca, caballero de la Orden de Santiago, en la España de los Austrias y el Barroco, donde la decadencia del imperio en el cual no se ponía el Sol, cabalgó hacia su ocaso.
Los sueños son historias que crea nuestra mente mientras descansamos y que como por arte de magia, unas veces nos regalan terror infinito, zozobra o angustia y el menos placer a raudales.
Y esto no es un sueño sino realidad latente
Puestos a soñar, díganme si a cualquiera no apetecería soñar algo parecido a esto:
A reyes o famosos seguir como tal y que todo el mundo les ame o de un plumazo quitarse títulos o famas y tomarse un café como cualquier viandante.
Al pobre, ser como el rey o el célebre al menos seis meses.
Al viento, que solo sea él quien reine y al mar que lo dejen tranquilo y en sus aguas nadie más navegue o vierta residuos que lo enfermen.
Al sol y la luna que les cambien el puesto y desde ya, por otro largo tiempo, el sol enfrié y la luna caliente.
Al hombre ser mujer a veces y a la mujer ser hombre siempre. O al menos que la igualdad de género se mantenga tantos siglos, como lleva el anterior mandato. Y después…ya veremos.
Al niño crecer rápido, al adulto envejecer despacio y al anciano relegar la muerte, otra pila de años.
Al enfermo abrazar la salud por siempre y al sano conservarla como nunca.
Y si hablamos de mascotas, que al fin y al cabo también tienen derecho…
Al perro soñar con un hueso que nunca se acabe y al gato con un pájaro, que tenga problemas para levantar el vuelo.
Y por último a este que escribe, que le lean, si es posible cien mil, en vez de diecisiete.
No le demos más vueltas, la enseñanza de los sueños, si alguna sacamos, es que siempre ansiamos, de lo que carecemos.
A soñar lectores, aplíquense el cuento, que solo recordamos uno entre mil o eso parece.
El resto se quedan en la mente.