Ni siquiera hace falta un solitario golpe.
Nunca es tarde, ni duelen prendas para a priori darte cuenta,
que el miedo o la vergüenza no deben ser obstáculo ni rémora,
para denunciar desde lo más hondo lo reprochable del congénere.
No renuncies jamás al derecho de defenderte con uñas y dientes.
Es muy triste y agónico, pero absolutamente verídico,
que para lograr de nuevo un principio, antes hay que llegar,
casi el final del precipicio y asomarse a los infiernos.
Una única palabra mezquina refleja violencia de género,
si con ella se falta al respeto y se pronuncia para castigar o hacer el mal,
pues este aflora con innumerables caras, entre ellas,
las fauces del insulto, la descalificación y el desprecio.
El carácter individual más la sombra de vivencias y pasado,
forjan a hierro y fuego la personalidad intrínseca del individuo,
convirtiendo al cordero en astuta hiena o león fiero,
que a las primeras de cambio y entre bambalinas o de puertas adentro,
(para que el resto de la sociedad no lo estigmatice),
da rienda suelta a su patología posesiva y ennegrece la existencia,
de la compañera de vida con la que afirma que convive por afecto,
pero sin compasión la condena al auténtico calvario sobre la tierra,
y en incontables ocasiones, que salpican día a día,
los informativos de todas la amplia geografía terráquea,
provocándole la última consecuencia de la violencia sexista: la muerte.
¡No hay cadáveres que sacien esta lacra que inunda las calles!
Aunque no sirva de descargo de culpa o penitencia, es bien cierto,
que la violencia de género camina en ocasiones en ambas direcciones.
De hombre a mujer y también de fémina a varón en sentido inverso,
aunque estas situaciones de maltrato sean poco habituales,
o las estadísticas las enmascaren o apenas las contemplen.
En resumen, las cifras terribles de atropellos sexistas
no hacen más que constatar a golpe de mazazo vicario,
el fracaso absoluto y constante de las sociedades modernas,
que en macabra e icónica ironía se atribuyen inconscientes,
el sobrenombre ególatra de artífices de la libertad,
diversidad y los valores humanos dejando semana tras semana
un reguero insultante de sangre y entrañas femeninas.
No hay estrato social, nivel educativo, cultural o económico,
que se halle libre de esta criminal aberración,
presente en la historia, de manera continuada en el tiempo.
Y desde época inmemorial en que el ser humano como raza dominante,
marca las pautas sociales de la vida “inteligente” del planeta,
se viene produciendo exponencialmente, sin orden ni concierto.
Hasta dónde llegaremos con esta insultante pila de cadáveres,
que mueren como mártires expuestos al odio más abyecto,
simple y llanamente por ser del sexo contrario al del causante.
Hasta cuándo, aguantaremos la vergüenza.
¡Hasta cuántos minutos de silencio, que no gritan pero hieren!
Las cifras terribles de atropellos sexistas / no hacen más que constatar a golpe de mazazo vicario, / el fracaso absoluto y constante de las sociedades modernas