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NOTICIAS | Opinión de José Castillo | Títeres y Metaverso

El columnista de Soy-de. José Castillo reflexiona sobre la política

El columnista de Soy-de. José Castillo reflexiona sobre la política

José Castillo es especialista en temas de actualidad política y de la Administración Pública

Escribe el bueno de Andrés Trapiello, tal día como hoy, a propósito de las campañas electorales, que a base de repetir relato y ornato, se asemejan a un espectáculo de títeres, más o menos animado, con sus momentos álgidos y ratitos de tedio, y un final, con recogida de muñecos y “rompan filas” del público.

 

En esa actuación titiritesca (donde la mentira es una realidad en sí misma) la masa despreocupada es la chiquillería y la ciudadanía escaldada asiste como los resignados padres. Y tiene toda la razón porque yo en el Retiro no he asistido a un homenaje a la mofa y befa de escarnio, como el de la campaña electoral de Castilla y León, con el estrambote de la votación de la reforma laboral, representada en el carromato de muñecos del congreso de los diputados (sin mayúsculas por degradación propia)

 

Fantoccini es la marioneta de hilo, cuya evolución supone un paso evolucionado en la mentira llevada al libreto para niños. El candidato popular vive dentro de ese escenario donde ya no se habla de traiciones naranjas, sino que el muñeco aparece como tocado por la mano de un dios, caminando por encima de las aguas de la mediocridad de los demás candidatos, y perdonando la vida de los demás mortales, que no llegan a su nivel, entretenidos en sus afanosas y miserables vidas.

 

Guiñol es el títere de guante, el personaje que necesita de un extra corpóreo e interior para coger empaque y conseguir desplazarse por el escenario o escenificar carantoñas. Los socialistas consiguieron ganar en los anteriores comicios, gracias al refuerzo interior de un presidente del gobierno acomodado en los laureles de una moncloa también minusculizada.

 

Push es el muñeco de manopla al que se le añaden piernas. Necesita un desplazamiento aun más amplio para poder llegar a tocar, si cabe, a los niños de las primeras filas. Este sistema se hizo famoso en Inglaterra, pero aquí en España tuvo también su momento de gloria con el inefable Macario. Las piernas, blandas e inertes, de vez en cuando eran sacadas hacia afuera por el ventrílocuo, por comodidad. Lo Podemos ver con melena castaña, acompañando a un señor gris que con un palo golpea con fruición de desesperado a un collage de macrogranjas.

 



Las instituciones pierden su mayestático nombre, las familias ya no abarrotan los circos, la ciudadanía anda cada vez más hastiada con los personajes, y las campañas electorales son metaversos que han perdido toda su poesía

 

También hay un personaje, que recorre, de vez en cuando el cuadrilatero del carromato, y que pregunta ¿habéis visto al malo azul? y la chiquillería responde: Siiiiiiiiiiiii. Al cuarto de hora sale otra vez, por un lateral y dice: ¿habéis visto al villano rojo? Y los niños, sentados en el suelo contestan: Nooooooo. Es el personaje de Equilicuá, que encarna la verdad consciente, el apaleado por todos, un incomprendido. En este teatrillo lleva un fonendoscopio colgado al cuello, y solo unos pocos han reparado en el detalle.

 

En paralelo a la obra, y con la suficiente separación como para albergar a públicos distintos, se ha escenificado también la llamada “reforma laboral”, cuyo titulo original en el libreto era “la derogación”. Por cuestiones de copyright europeo, para desembolso de fondos, cambió los luminosos, y para que no se notara mucho que se tenia que aprobar por lo guiñol, por lo fetuccini o por la lógica del Push, se improvisan dos personajes de traición ( con puñal escondido) y un tancredo de un solo dedo que, como la paloma de Alberti, se equivocaba. Tamaña opereta dio resultado; creó un metaverso que se unía como las obleas del espacio tiempo inter estelares, pero se han visto tanto los hilos, dejaron tan descubiertas las manos que manejaban, que el regusto en el público ha sido de tomadura de pelo. Hasta en los más niños.

 

Es por esto que las instituciones pierden su mayestático nombre, las familias ya no abarrotan los circos, la ciudadanía anda cada vez más hastiada con los personajes, y las campañas electorales son metaversos que han perdido toda su poesía. La política pierde verdad, aunque Equilicuá siga preguntando por los rincones, quién le ha robado el mes de abril. Trapiello volverá a sus artículos y yo me iré. Se quedarán los pájaros cantando.

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