Aquella tarde, 25 de diciembre, Ariadna jugaba con unas muñecas nuevas en su cuarto. Esa mañana había encontrado montones de regalos bajo el árbol de Navidad: un mini piano, una tablet, unas Barbies de la nueva colección, videojuegos, vestidos y disfraces nuevos…había de todo. A Ariadna le habían encantado los regalos, estaba tan contenta que nada más abrirlos se había encerrado en su cuarto a jugar con ellos. Había prohibido la entrada a sus padres y a su hermana mayor y no había salido ni siquiera cuando sus abuelos llegaron a casa. Ariadna sabía que todos la esperaban en el salón, impacientes para que les enseñara sus nuevos juguetes, para comer juntos, y pasar el día de Navidad en familia pero ella, en ese momento, solo pensaba en jugar, jugar y jugar, sin que nadie la molestara. Cada vez que sus padres le pedían con dulzura que saliera ya de su cuarto, Ariadna gritaba enfadada que la dejaran un poco más. Así pasaron las horas, el día de Navidad estaba a punto de terminar. De repente, Ariadna escuchó un fuerte ruido en el salón. Pensó en salir pero estaba justo montando un nuevo castillo para Barbie y Ken. Fuese lo que fuese aquel golpe, podía esperar. Entonces, escuchó las sirenas, los gritos, los lloros descontrolados; salió por fin de la habitación y vio a su madre tendida en el suelo… Los días en los que la madre de Ariadna estuvo ingresada fueron duros para la pequeña. Sentada junto a ella en el hospital, solo pensaba en que saliera pronto y pudieran por fin disfrutar juntas de la Navidad. Esos días de espera, se dio cuenta de que, desde hace unos años, al llegar esas fechas, solo pensaba en sí misma y en sus regalos. La madre de Ariadna volvió a casa a los pocos días pero Ariadna nunca olvidó aquel 25 de diciembre en el que sintió, por primera vez, que el tiempo para disfrutar de sus seres queridos podría acabarse. En el que supo que lo que realmente quería era compartir su tiempo con ellos. Ahora, cada Navidad, Ariadna se centra en disfrutar cada minuto con ellos. Ayuda a sus padres a preparar una rica comida, escucha las historias de sus abuelos, juega y ríe con sus hermanos y disfruta de sus regalos, sí, pero en familia, porque … ¿Qué mejor momento para compartirlo todo que la Navidad?”
Este año deberíamos intentar recuperar la Navidad: dejar de mirar nuestros juguetes, salir del cuarto, ayudar a organizar una rica cena, reír, cantar villancicos, comer turrón y pasar una Felices Fiestas disfrutando de nuestras familias
Ya llega la Navidad. Una de las fiestas favoritas de todo el mundo: estar con la familia, recibir regalos, comer dulces, estar de vacaciones, hacer cosas diferentes… pero parece que, cada año que pasa, nos olvidamos un poco más del verdadero sentido de la Navidad. La Navidad es una época de celebración, de alegría, de paz y amor; pero llega diciembre y cada año más anuncios, más fiestas y más ofertas que hacen que pensemos en estas fechas como una época para recibir regalos, comer, comprar, volver a comer y volver a comprar. Y es que nos hemos vuelto muy egoístas y, como Ariadna, no encontramos el momento de parar y mirar a nuestro alrededor. Ver a las personas que nos esperan al otro lado de la puerta, deseando compartir su tiempo con nosotros. Personas que no estarán siempre, que si alguna vez se van, no se podrán volver a comprar. Con todo lo que nos ofrecen anuncios y tiendas no encontramos el momento de disfrutar de nuestros seres queridos, de aprovechar estas fechas para, al menos una vez al año, parar de pensar en nosotros mismos y compartir nuestro tiempo con las personas que más queremos.
No sé vosotros qué pensáis pero yo creo que este año deberíamos intentar recuperar la Navidad: dejar de mirar nuestros juguetes, salir del cuarto, ayudar a organizar una rica cena, reír, cantar villancicos, comer turrón y pasar una Felices Fiestas disfrutando de nuestras familias.