Halo oscuro. Misterio. Monstruos aterradores y una humanidad desbordante. Esos son los elementos de la segunda temporada de The Witcher, parecidos, en un principio, a la primera. Más adelante me explayaré en las diferencias. Antes de nada, seré honesta; no la he terminado (recuerdo que, cada capítulo, dura una hora). Pero tenía que hablar de ella porque, habiendo devorado ya más de la mitad, me atrevo a garantizar que esta batería de 8 nuevos episodios no va a defraudar.
Para los que no hayáis visto, aún, ni un solo capítulo, tengo solo dos advertencias. La primera, si eres excesivamente sensible a la sangre o a las imágenes explícitas (incluso si eres algo miedoso), quizá vayas a sufrir en determinados momentos. Merece la pena el mal trago, pero entiendo que algunas personas no puedan soportarlo. La segunda, que debes tener paciencia. La historia es lenta, enrevesada en muchas partes y tiene saltos temporales que cuesta pillar. Si le prestas toda tu atención, la dominarás, pero The Witcher no es una serie para ponerte de fondo en el salón mientras miras Instagram. Si quieres ruido, ponte otra cosa; aquí, necesitas estar al cien por cien. Si no, no te vas a enterar.
Si le prestas toda tu atención, la dominarás, pero The Witcher no es una serie para ponerte de fondo en el salón mientras miras Instagram
Dicho esto, y para los que ya conozcan algo más el tema, la segunda temporada me está encandilando porque no es ‘más de lo mismo’. Sí, evidentemente, mantiene características propias de la historia y debe continuar una trama que está sin resolver, pero me quedo con la moraleja, cada vez más evidente. El punto de partida de The Witcher siempre ha sido que los seres humanos son peores que muchas bestias, y esa humanización de lo diferente (que no por obligación peor) me parece una maestría.
Sin hacer spoiler, diré que aparecen personajes que te aterran y, a la vez, te emocionan. Porque dejan ver el fondo, la oscuridad y la luz. Esas sombras que todos llevamos dentro, contras las que luchamos y, en ocasiones, perdemos. También hay una referencia brutal hacia la autocompasión, la exigencia que nos imponemos por demostrarle a los demás algo que, realmente, solo nosotros nos hemos pedido.
Y, bueno, Henry Cavill se ha comido al brujo de pelo blanco. Los matices que se ven en su interpretación (y que yo, honestamente, no vi en la primera temporada) evidencian que ha conectado absolutamente con su historia. Algo parecido pasa con Anya Chalotra (que interpreta a Yennefer de Vengerberg). Una mujer poderosa que sigue siéndolo, pase lo que pase. Aunque es muy cierto que el personaje de Anya siempre ha tenido magnetismo. De las localizaciones, ni hablo. Siguen siendo una auténtica locura.
No me voy a enrollar mucho más porque seguramente vuelva a hablar de The Witcher cuando llegue al final. Ya sabemos lo peligrosos que son los desenlaces cuando una propuesta te está gustando. Por ahora, te animo a husmear y ver si conecta contigo. Y te repito lo de antes, ten paciencia. Las primeras impresiones no siempre tienen razón.