En las últimas semanas, habrás oído hablar de la extraña batalla aérea que están disputando Estados Unidos y China, empleando una serie de globos espía e intercambiando acusaciones, reproches y amenazas. El circo mediático propiciado por esta nueva tensión geopolítica entre las dos potencias mundiales de nuestro tiempo ha servido para opacar - los mas conspiranoicos afirman que adrede- uno de los mayores desastres medioambientales sucedidos en la historia reciente de Estados Unidos, que muchos han denominado como el "Chernobil" norteamericano.
Aunque el descarrilamiento del tren cargado de productos químicos en East Palestine (Ohio) ya está ocupando parte del espacio mediático en nuestro país, lo cierto es que han tenido que pasar más de dos semanas para que los grandes medios de comunicación se hayan hecho eco de este suceso, pese a su interés informativo y las espectaculares (a la vez que sobrecogedoras) imágenes que nos ha dejado. Los hechos fueron los siguientes: el pasado 3 de febrero, un gigantesco tren de mercancías de 50 vagones descarriló cerca de una pequeña población de 5.000 habitantes, en la frontera entre Ohio e Indiana. Si bien no se han esclarecido los motivos del accidente - por el que no hay que lamentar heridos ni muertos-, se baraja la idea de que este accidente sucedió por un fallo en los frenos o en el eje del motor.
Sin embargo, lo más preocupante ha sido la liberación de diversas sustancias tóxicas contenidas en varios de los vagones del tren: los terrenos y el arroyo de East Valentine se ha visto expuesta a vertidos de varias sustancias, entre la que destaca el Cloruro de vinilo, un material cancerígen empleado para fabricar PVC que causa síntomas como dolor de cabeza, náuseas y tos. Para eliminar esta sustancia, los equipos de emergencias tuvieron que incendiar la sustancia, liberando enormes cantidades de humo que llamaron la atención de numerosos periodistas y medios de comunicación.
Aunque se ha afirmado que este es un desastre medioambiental y sanitario que podría tener el mismo impacto que la catástrofe nuclear de Chernobil, tenemos que relativizar la información: de momento no existen datos concretos sobre el impacto de este accidente, debido a la opacidad de la administración americana al respecto. Unos 3.000 habitantes de East Valentine tuvieron que ser evacuados de sus hogares y, tras regresar con el visto bueno de las autoridades, hace un par de días se ha recomendado a los vecinos que no beban agua del grifo de sus casas, a la espera de que se realicen estudios más exhaustivos.
En España hemos tenido que sufrir en varias ocasiones los vertidos de alquitrán procedentes de grandes petroleros
La muerte de numerosos peces en los arroyos cercanos y la aparición de síntomas - mareos y náuseas- denunciados por algunos de los habitantes está causando una preocupación renovada acerca de este hecho, acontecido hace ya dos semanas. Cabe preguntarse, ¿de quién es la responsabilidad de este suceso? Aunque los accidentes muchas veces son inevitables, las administraciones sí que deben hacer todo lo posible para prevenir desastre de este tipo. Un accidente ferroviario similar sucedido en 2012 provocó un cambio en la legislación en Estados Unidos, que comenzó a obligar a estos kilométricos convoyes a contar con sistemas de frenado electrónico, más eficaces que los mecánicos.
Pero la presión del poderoso lobby ferroviario hizo que Donald Trump levantase esa medida durante su mandato, aligerando los estándares (y la inversión) en seguridad ferroviaria. El actual presidente, Joe Biden, también tiene su parte de responsabilidad: sus acciones comunicativas sobre lo ocurrido están siendo más que cuestionables, al igual que su gestión sobre la crisis ferroviaria que ha estado atravesando Estados Unidos durante los últimos meses. Ante la amenaza de una huelga general de trabajadores ferroviarios que podría paralizar la industria del país, Biden optó por aprobar una ley exprés que, si bien mejoraba algunas condiciones de los trabajadores, no convenció a muchos de los sindicatos implicados.
Sin embargo, para evitar una futura crisis de características similares, lo que debe hacer la administración es poner coto a la actuación de las empresas, que en muchas ocasiones se ven cegadas por la posibilidad de obtener ganancias y, por ello, no ponderan correctamente los riesgos ambientales que entrañan sus políticas, la mayoría de las veces. Norfolk Southern, la empresa responsable del transporte de estas sustancias, con certeza no recibirá una sanción a la altura del daño medioambiental y de salud - veremos hasta que punto irreparable- que ha provocado, al dar preferencia al beneficio por encima de la seguridad.
En España no tenemos que irnos muy lejos para encontrar ejemplos similares, pues hemos tenido que sufrir en varias ocasiones los vertidos de alquitrán procedentes de grandes petroleros. La responsabilidad social de las empresas y la seguridad medioambiental (y sanitaria) están estrechamente relacionadas, y el "Chernobil" de East Palestine así lo ha demostrado.