Han pasado ya unos años de aquel para muchos ilusionante 15M, el movimiento que sacó a la calle la frustración de una parte de la sociedad, cansada de una política en la que no se veían representados. Durante la acampada en Sol, políticos, contertulios y cuñados de toda clase no paraban de decir que, si querían cambiar las cosas, debían presentarse a las elecciones. Años después, el movimiento político que surgió de aquellas calles conquistó muchas instituciones.
Uno de los líderes de aquel movimiento, que desterró parece ser que para siempre el bipartidismo, fue Pablo Iglesias. Desde aquel momento en que algunos empezaron a temer las posibles repercusiones de su influencia en una parte de la sociedad, los ataques comenzaron, convirtiéndose en muchas ocasiones en un acoso y derribo como no ha recibido ningún otro político en nuestro país.
Está claro que no puedes gustar a todos. Pero los sentimientos, hacia un lado o hacia el otro, que despertó Iglesias no dejaban indiferentes. El viejo poder establecido, grandes bancos, medios de comunicación, vieron una amenaza en él y comenzaron a orquestar campañas de desprestigio, denuncias variadas y ataques para derribarlo. Ruido. Creo que, a día de hoy, no se le puede achacar nada ilícito ni ilegal. Porque no, hipotecarse, aunque sea por una cantidad de dinero que a muchos no nos daría ni dos vidas en ahorrar, no es un delito.
La campaña en blanco de la Libertad arrasa, dejando varios cadáveres políticos por el camino.
Y cuando llegó el anuncio de elecciones anticipadas en Madrid, Iglesias, el que solo quería sillones y aferrarse al cargo, decidió bajar al barro y ponerse la frente de la candidatura de Unidas Podemos. Ya entonces muchos adelantaron lo que al final ha sido evidente: la movilización de electorado que él quería conseguir no ha sido hacia la izquierda, y es que es mucho el odio que ha despertado en el feudo de la derecha. Y el barro se lo tragó.
En una campaña en la que el programa en blanco del Partido Popular, y la tan maltratada palabra libertad, han convencido a una amplísima mayoría del electorado, obviando la nefasta gestión de la pandemia realizada por el gobierno de Díaz Ayuso, y en la que pesa más tomarse una caña o no encontrase con un ex, “vivir a la madrileña”, que reforzar el maltrecho sistema sanitario o dar ayudas efectivas a muchos sectores afectados por la pandemia, tenía que haber consecuencias. Una de ellas, la desaparición de Ciudadanos, cuya agonía no durará mucho. La otra, la salida de la política activa de Pablo Iglesias. Cadáveres políticos que se ha llevado por delante un adelanto electoral fuera de lugar. No sabemos si su despedida será definitiva, pero sí que estos días se cierra un ciclo. Veremos si irrepetible.