50 segundos tardó Diego Costa en demostrar que quería ser Supercampeón de Europa. No sabemos si es el color blanco, que le excita, si es la competición oficial, que le motiva, o, simplemente, que dentro del campo, no hay otro jugador como él. Pero Diego Costa es así. Tardó sólo 50 segundos en agitar un partido que, ya de por sí, parecía agitado por los equipos participantes.
Su jugada –con autopase incluido de cabeza- dejó en evidencia a Sergio Ramos y, sobre todo, a un Keylor Navas deslumbrado por los focos que le apuntan por su competencia con el recién fichado Thibaut Courtois.
El gol dejó tiritando al Madrid en Tallin (Estonia), que no sabía muy bien si seguía en Los Ángeles o en Valdebebas. Poco a poco, minuto a minuto, los Isco, Kross, Benzema y Bale se fueron encontrando para llevar el peligro a la portería de Oblak.
Los relevos de CR7
Y claro, cuando el talento los llama, los goles se sienten atraídos, como por una fuerza mística. Una fuerza, pero de la naturaleza, parece Gareth Bale. Su carrera por la banda derecha, finalizada con un centro con su pierna menos buena –decir que es mala sería mentir-, nos recordó más a un atleta en los europeos de Berlín que a un jugador de fútbol.
Algo que, por suerte para los madridistas, no pensó Benzema, que estuvo listo para rematar, en el segundo palo, el centro del galés para poner el empate a uno en el marcador. El Real Madrid tenía el control del juego; el Atleti, esperaba atrás y mandaba balones en largo a Diego Costa.
Los rojiblancos se encontraron, de nuevo, con el hueso que supone tener enfrente al Madrid en las finales europeas. Pero, esta vez, se armaron de valor y lo superaron, recordándonos a los valientes que se enfrentaban al obstáculo de escalar el muro en Juego de Tronos
Segunda mitad de vértigo
Así se llegaba al descanso, con un equipo blanco en crecimiento y con los del Cholo Simeone pidiendo un poco de oxígeno. Quizá fuera eso, el oxígeno que suponen las charlas del míster argentino, lo que hizo que el Atlético saliese mandando en la segunda mitad.
Y mandó hasta que a Juanfran le volvieron viejos fantasmas a la cabeza. Los fantasmas de Milán, quizás. Su mano provocó que Sergio Ramos se confirmase como sucesor de Cristiano Ronaldo en la suerte de los penaltis. Su forma de lanzarlo, al menos el de esta final, tranquilizó a los madridistas. Engañó al portero atlético y puso en ventaja al Madrid.
Errores imperdonables
Pero, ¿alguien recuerda una final tranquila entre el Real Madrid y el Atleti? Los rojiblancos se encontraron, de nuevo, con el hueso que supone tener enfrente al Madrid en las finales europeas. Pero, esta vez, se armaron de valor y lo superaron, recordándonos a los valientes que se enfrentaban al obstáculo de escalar el muro en Juego de Tronos.
Ayudó en esa tarea la pifia de Marcelo. El lateral brasileño decidió meter en el campo un balón que se iba fuera, sin peligro. Juanfran, en contraprestación, se lo dejó a Diego Costa para que mandara el partido a la prórroga.
Un Atleti superlativo
Y en el tiempo añadido no hubo opciones para los de Lopetegui. Empezaron mejor, pero otro error grosero de su defensa, hizo que Saúl marcase el gol del año -¿por qué no?-, poniendo el 3 a 2 en el marcador. Koke, con otra gran jugada de Costa, remataba la faena, cerrando el encuentro en Estonia.
El Atlético de Madrid muestra su candidatura, como si de un partido político se tratara. Pero lo hace por todo lo alto, con la sensación de que los aficionados rojiblancos se van a divertir esta temporada.