Amanda Avilés
@AmandaCoconutt
Su nombre se hizo conocido simple y llanamente por ejercer justicia. Por cumplir con su deber, como juez, y sentenciar sin mirar a quién porque, como data la Constitución, todos somos iguales ante la ley. Casi 10 años después del Caso Nóos, ya jubilado, José Castro sigue sin verse “una persona especialmente valerosa”, sino alguien que ha hecho “un trabajo que me sentía llamado a hacer”. Algo que, considera, “no creo que se merezca ningún tipo de recompensa”.
Agradece, eso sí, las muestras de cariño y los “piropos” que pueda recibir, pero afirma que, cuando habla, no lo hace desde una “falsa humildad”. Es fácil creerle. El juez Castro, con la impresión que causa la propia expresión, es un hombre cercano, amable, que pide que le tuteen porque, total, “entre nosotros solo hay 40 o 50 años”. Una figura que lo mediático ha llegado a pintar al margen del mundo, pero que, de cerca, demuestra que la integridad es mucho más que parte de su profesión.
Hablamos con Castro gracias a su visita a Leganés, donde han querido reconocer su labor entregándole el Premio al Independiente del Año en una gala que se celebró el pasado mes de marzo, cuando aún disponíamos de la libertad de hablar de cerca, abrazarnos y sentir a los demás. En medio de esta cuarentena, nos parece más que adecuado recordar la charla.
Las posibilidades de la vida
Una de las cosas que puntualiza Castro durante nuestro encuentro es que la ‘fama’ que ha alcanzado no le hace, ni mucho menos, diferente a sus compañeros de profesión. “La mayoría de los jueces de este país son íntegros”, afirma, “lo que ocurre es que, a lo mejor, la vida no les ha dado la oportunidad de hacerlo valer”. Se refiere al tipo de casos que han llegado a sus manos. “Hay muchos jueces cuyo nombre se desconoce y que, en el día a día, están cumpliendo con su trabajo”, y a los que valora especialmente. “No hace falta que les caiga un Caso Nóos o un Caso Gürtel para tener que demostrar que son fieles cumplidores de su deber”.
La mayoría de los jueces de este país son íntegros, lo que ocurre es que, a lo mejor, la vida no les ha dado la oportunidad de hacerlo valer
El premio que ha recibido en el municipio leganense reconoce su trayectoria, que suma más de 40 años, pero, si no hubiese sido instructor del caso Nóos, es más que probable que, pese a un currículum de cuatro décadas, no estuviéramos manteniendo esta conversación. Es consciente de ello. “Hubiera pasado a la posteridad en el completo anonimato”, lo que, por otra parte, “es lo normal de esta profesión”.
No rendirse a las presiones
Cuando le hacemos la gran pregunta sobre si alguna vez sintió presión para inclinar la balanza de la justicia a un lado o al otro, Castro es claro. “La presión tiene un punto de partida y un punto de llegada, y es posible que alguien haya querido presionar, pero a mí no me ha llegado”. Resulta difícil pensar que, juzgando al por entonces duque de Palma (Iñaki Urdangarín) y sentando en el banquillo de los acusados a la infanta Cristina de Borbón, estuviese demasiado apoyado. Lo que sí nos dice, a modo consejo para los que lo quieran recoger, es que “tampoco los jueces tenemos que ser tan débiles de sentirnos presionados porque alguien muestre su desacuerdo con nosotros”. “Somos humanos”, puntualiza. “Si, en este caso, la Casa Real o un fiscal general no están de acuerdo, eso no me hace sentir presionado ni me hace desistir de la línea que yo creo que tengo que seguir”. Antes de la despedida, volvemos a valorar su fiel labor pública, y vuelve a responder: “he hecho lo que, por justicia, tenía que hacer”.