Celebrar la muerte es, de lejos, una de las maneras más alegres de recordar y honrar a quienes nos dejaron. México se llena de vida recordándonos cuán finitos somos y aceptando la muerte como una parte más de la vida. De origen prehispánico, la celebración vive sus días grandes el 1 y 2 de noviembre. Los preparativos comienzan semanas antes, y es que la belleza y complejidad de esta festividad atrae las miradas de los curiosos de todas las nacionalidades existentes. No en vano la UNESCO la nombró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad 11 años atrás, en 2008.
De la muerte nadie escapa; por eso, pese al dolor que esta pueda provocar, debemos fijar la mira en la lectura de nuestros pueblos indígenas, percibiéndola como una etapa de la que debemos regocijarnos. Lo escribió Benedetti, “la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”.
Catrina
Durante el siglo XIX, en México, se vivieron momentos intensos marcados por un panorama sociopolítico castigado por la inestabilidad. Como consecuencia, los grabadores, ilustradores y caricaturistas mexicanos de esa época tomaron los conflictos del país y se burlaron de los mismos. Los dibujos tenían una característica que se replicaba: una calavera vestida con ropajes elegantes a modo de dardo.
Celebrar la muerte es, de lejos, una de las maneras más alegres de recordar a quienes nos dejaron
Altares
El ‘altar de muertos’ se ha erigido como uno de los elementos clave de la festividad mexicana por excelencia. Según la tradición, se cree que las ánimas regresan a disfrutar de los mismos; de esta forma, vivos y muertos se reencuentran. El altar consta de dos niveles, evocando el cielo y la Tierra e invitando al reencuentro de ambos mundos.
Ofrendas
Las ofrendas son indispensables. El agua, reflejo de la pureza; las velas y cirios, simbolizando la esperanza que guía en este y otro mundo; el incienso, purificador del ambiente; la flor de cempasúchil, aroma que dirige las almas hasta el hogar; y los arcos, representando la entrada al inframundo, copan los camposantos.