Había espectativas, ilusiones nuevas y hambre de fútbol. Antes de que González González diera el pitido inicial, se rindió un sentido homenaje a los fallecidos por la Covid 19. Los capitanes, Koke y Muniain colocaron sendos ramos de flores en una butaca negra en memoria de las víctimas bajo un silencio impactante de unas gradas sin voces pero con almas. En La Catedral, los ecos resuenan aún más graves.

El comienzo no defraudó. Mucho ritmo de inicio. Como si nada hubiese pasado. El Atlético con una marcha más, obligado a sacar los tres puntos para aprovechar los pinchazos de Getafe y Valencia, tuvo la primera oportunidad clara del encuentro: Carrasco, solo ante el portero, la mandó rozando el poste izquierdo. Y fue entonces cuando el Bilbao dio un paso adelante, se hizo con la posesión y nos hizo que todos recordáramos  a un tal Oblak, y lo volviésemos a subir al altar, que para eso estábamos en la Catedral. Mano prodigiosa para salvar a los suyos, pero imposible evitar el tanto de Muniain minutos después. Jarro de agua bendita fría. Pero a renglón seguido, cuando nadie lo esperaba, un error de Yeray en la salida de balón, un pase medido de Koke y un toque sutil de Costa. Gol y oxígeno.