NOTICIAS | No son tan animales…

Desde lo más alto de la más verde loma atalayaba sus dominios el Señor de aquellas tierras

Desde lo más alto de la más verde loma atalayaba sus dominios el Señor de aquellas tierras

William Wallace.

Imagen: Redacción

Rafael Carretero

Desde lo más alto de la más verde loma atalayaba sus dominios el Señor de aquellas tierras. Abajo, al pie de la colina donde esta se asentaba, una partida de caza tenía lugar. Varios jamelgos con sus respectivos jinetes, intentaban, al parecer con más ahínco que fortuna, acorralar al jabalí que debía servir de almuerzo.

 

Seis rápidos canes, cuyos colmillos eran capaces de despedazar la más dura pieza, tenían la misión de hacerle salir de su escondite ladrando sin cesar azuzados por los gritos de los batidores.

 

-Ahhh¡ Ahhh¡ ¡Vamos perros, ganaos el sustento! –gritaban los dos lacayos.

 

Arcabuces preparados; rostros pétreos apoyados sobre el frio acero y dedos prestos, tensos sobre el gatillo, esperaban el asomo de aquel animal para, de un certero disparo, abatirle.

 

- Vamos, daos prisa –decía un lebrel a otro que a la zaga iba.

 

- Demasiado corres –contestaba, a la vez que por su boca asomaba una larga y roja lengua que se hallaba cubierta de una espesa baba de color blanco.

 

- ¿Alguno le habéis visto guarecerse? –preguntaba, sin dejar de galopar. Las patas traseras, mostrando un afán desmedido, incitaban a las delanteras. Su velocidad era endiablada.

 

- ¡Tras el arbusto aquel! ¡Allí está! –indicó uncuarto perro que era el que más despabilado andaba, mejor dicho, corría.

 

Rápidamente, el jabalí se vio acorralado en esa temporal guarida. Hacia donde miraba un can ladraba. Escapar no podía. Hallábase la huída impedida por las enfurecidas fauces de aquellos obedientes perros. Tenía que urdir un rápido plan si no quería acabar ensartado en un hierro, dando vueltas sin fin, encima de una devoradora lumbre.

 

- Es menester que salga, eso es lo que quiere el amo –dijo el descubridor de su escondrijo.

 

- Con tamaños dientes, mejor procúralo tú –dijo retrocediendo, haciendo caso a la voz de la prudencia más que a la valentía.

 

- Dejaos de melindreces y acordaos qué la última vez a poco estuvimos de acabar en el fuego del herrador –dijo el que parecía más audaz

 

- Calla, ignorante animal. La culpa siempre nuestra será  -gruñó otro de los canes, que se hallaba sujeto por la traílla, bien atado a la silla del principal.

 

 - Si desde luego, ya lo dice el refrán –gruño el más mayor de la jauría, el que tenía el pelo más gastado y las patas más torcidas.

 

- ¿Como el refrán? ¿Pero qué afanado cazador eres tú? –preguntó haciendo un momentáneo alto en sus incesantes y estridentes ladridos.

 

- De tanto andar con el hombre algo arrimado queda; escucha…”costurera sin dedal cose poco y cose mal” –dijo, quedando ahíto, para asombro y disciplina de sus congéneres.

 

- ¿Y eso que quiere decir? –inquirió el másjoven arqueando las cejas en claro gesto de incertidumbre.

 

El refranero, incomodado por la pregunta, comenzó a ladrar y gruñir de nuevo, con todas sus fuerzas, en un intento de que el señor llegase librándole del esfuerzo de contestar a ese insolente aprendiz.

 

- Anda, ilústrale y que aprenda –escuchó que alguien proponía.

 

- Pues la verdad –viendo que el amo no aparecía- es que no tengo ni idea.

 

- Si no entiendes ¿para qué lo dices? –preguntó el ilustrado entre carcajadas - ¿Acaso parecerte al hombre quieres? Maldito seas tú, tu camino y la bribona que te dio la leche -exclamó mostrándose ofendido.

 

- No, asemejarme no. Hay veces que ni ellos mismos son capaces de entender lo que otros hablan. Abren sus bocas sin saber que decir. Las respuestas, a su antojo. Al llegar ellas, la prudencia pierden. Hinchan el pecho y nombrarse Reyes quieren. Esa es su forma de vida, su aspiración y su inquietud, ser siempre más alto que el que más próximo está.

 

- Claro, ¿qué esperabas? Son humanos, y como humanos, débiles son. Nosotros somos  valientes, y si no, mira quien está aquí, vigilando el escondite de este feroz animal, quien de con una sola dentellada nuestras entrañas desparramará en el suelo y servirán de almuerzo a los cuervos.

 

El jabalí, ante la conversación que llevándose a cabo estaba y viendo que se habían olvidado un poco de él intentó asomar la cabeza con idea de escapar.

 

- ¿Dónde crees que vas? –preguntó uno de ellos, mostrando unos afilados colmillos que inspiraban tanto terror como furia, mientras un gutural gruñido, nacido en lo más profundo de su alma, se dejaba oír sobrepasando los ladridos.

 

- No quería interrumpir vuestra sin par charla, pero quisiera hacer una aportación, una consideración a la diatriba que sobre los hombres mantenéis.

 

- Venga, di lo que decir tuvieres, que el Señor se acerca y sales por tu pie o ¡por San Antón que arrastrando lo harás!.

 

Meditó el jabalí lo que a exponer iba, pues mucho era lo que estaba en juego.

 

- Si más lerdos los hombres son, si vosotros más listos sois, Decidme pues ¿quien se halla aquí, delante de este escondrijo, expuesto a mis afilados dientes, mientras otros gritos dan? ¿Acaso no os dais cuenta de para quien es el riesgo y para quien la gloria?  

 

Dicho esto, esperó a ver la reacción que sus palabras provocaban.

 

- El puerco tiene razón –dijo César, el más aguerrido y fuerte de todos los que la jauría componían- mientras ellos a caballo están y otros apuntando esperan, nosotros estamos aquí esperando que nos destripe el jabalí.

 

- Cierto es ¿Por qué nos enfrentarnos a este desdichado animal si ni siquiera lamer sus huesos podremos?

 

- Que gran verdad –alzó la voz entre ladrido y ladrido- Los perros de la señora, esos son los que bien aprovechan nuestro arrojo. Pues que ellos se lo ganen y si no, que de hambre mueran.



Son humanos, y como humanos, débiles son

- ¡Alto, patanes! –gritó uno de ellos cuyo color gris le hacía confundirse con la de la tierra que pisaban- el amo es el amo, le debemos obediencia. ¿O queréis que un disparo os descerraje cuando…?

 

No fue capaz de terminar. Tal fue el griterío formado, que pronto dejaron de escucharse sus gruñidos. Consideró pues callar. El era uno. Los otros, demasiados.

 

El astuto jabalí había consiguió su objetivo. Esparcir la duda, sembrar cizañar entre ellos para así, mientras, escapar si podía.

 

- A rio revuelto, ganancia de pescadores –esgrimió nuevamente el refranero.

 

- Y ahora ¿a qué viene eso? –dijo el perro más joven.

 

Mientras tanto el jabalí…

 

- Amigos, ¿porque puedo llamaros así, verdad? –la segunda parte del plan hacía su entrada en escena-  ¿porque os dejáis llevar por un refranero que sin entendimiento anda, por un perro viejo que, sin rechistar, al servicio del hombre está, y porque arriesgáis la vida, cuando la comida es para los que no mueven un dedo? ¡Revelaos!  –gritó.

 

- Es verdad, tiene razón –comenzó a oírse un murmullo cada vez más creciente entre los animales.

 

César intentó poner orden, más imposible fue. Dos, encaramados a su lomo, gruñeron: “cierra la boca”. No queremos más discursos en favor de este amo que ni roer los huesos nos permite.

 

- Cuando el rio suena…

 

No le dieron tiempo a más. Otro de los perros, colocando su pata a modo de mordaza, consiguió cerrar su boca de tal guisa que no pudo continuar. Ya está bien -dijo sin más, enseñando unos amarillos dientes que borraron de su memoria todos aquellos refranes recién aprendidos del hombre y cuyo significado desconocía.

 

Únicamente el más joven había quedado libre. Libre y amedrantado por la visión de unos terribles sables que, acompañados por un amenazador ruido de mandíbulas del que acababa de hacer gala el jabalí, consiguieron que sin hacer el menor ruido y con el rabo entre las patas, comenzase a retroceder.

 

El cerdo puso pies en polvorosa mientras continuaba la pelea entre ellos mismos desatada. Ninguno reparó en la llegada del amo que con un disparo hecho al aire no fue capaz de poner fin a tamaña estupidez.

 

El señor, tremendamente enfadado, bajó de su alazán y dirigiéndose a los lacayos que a pie apuntaban con sus armas a la enfrentada jauría les dijo, manteniendo un brazo en alto solicitando un silencio más que ordenado:

 

- No merece la pena gastar una sola bala más.

 

- Pero, mi señor, los perros se están devorando –dijo quien más cerca se encontraba, ya con el arma encarando al grupo.

 

- Déjalos estar, tan solo son animales.

 

                Y es que, animales y hombres, no tan dispares son.

 

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