Hola, soy María, soy a una de los miles de abuelas que os parió. Quiero contaros mi historia imaginaria, que no está muy lejos de la realidad de miles de nosotras. Cuando era joven, viví un mundo muy difícil. Mi padre murió en la guerra y mi madre, “La Manoli”, sacó adelante a nueve hijos, siendo yo la pequeña. Amo a mi madre, trabajaba de sol a sol limpiando casas de señoritos acomodados de Madrid. Nos sacó adelante gracias a su trabajo y, por qué no decirlo, tenía unas tetas que permitían algunos “extras”. Yo aprendí de ella que, por encima de todo, está el amor a sus hijos, que somos capaces de cualquier cosa por Amor. Después de estudiar, cuando tenía 19 años, conocí a Pepe, mi marido, con el que he tenido 4 hijos maravillosos, de los que tú, querido lector anónimo, eres uno de ellos: Antonio.
Antonio, hijo, ¿has conseguido saber ya donde están los restos de Papá? El día que se lo llevaron en la ambulancia, supe que no le volvería a ver. Estaba muy malito y el virus le mató. Ya estábamos preparados para morir, pero, hijo, no poder acompañarle al hospital, no poder despedirle, no poder llevarle unas flores… No soporto esta soledad.
Hijo, también estoy preocupada porque veo que no hay mucha sensatez. Hay un ‘guerracivilismo’ que está llevándonos a una pelea. Es como la guerra civil, pero sin balas, los rojos y y azules. Se pelean y este virus nos mata porque lo están usando como si fuesen fusiles, los unos para matar a los otros. Ya no veo el telediario, todos dicen lo mismo, pero ninguno dice la verdad. ¿No sabe la gente lo malo que es el odio y el rencor?
Antonio, hijo, ¿qué hacen Martita y Josele? Diles que no hagan botellón que la abuela está sola y no quiere comer sola el día de Navidad, aunque, mira tú, qué ejemplo dan los sinvergüenzas, los rojos, azules y poderosos: ellos sí pueden ir a fiestas. Allí todos los ricachones juntos con los que mandan. Nada bueno, hijo, nada bueno. ¿Qué no pueden reunirse más de seis? Mira, ¿qué usemos mascarillas? Mira, ¿qué salgamos solo para lo imprescindible? Mira... ¡Qué lástima de juventud hijo mío! Cuando yo era joven no nos importaba salir a protestar. Ahora los sacan por las noches para generar peleas y asustar y azuzar a los bandos. Sinvergüenzas. Sinvergüenzas. Sinvergüenzas.
Antonio, hijo, te pido una última cosa, tú que has estudiado, tú que siempre has sido una persona honrada y has tenido una gran capacidad para hacer cosas, tú que diriges a miles de personas en tu empresa, tú que has sido siempre el más guapo, hijo mío, lucha, lucha con todas tus fuerzas por mantener tu libertad, lucha por aquello que lucho tu abuela y tu padre y, humildemente, yo: el Amor, la Honradez y un mundo mejor.
Lucha por Marta y Josele y no les dejes solo dinero. Déjales un futuro. Enséñales lo que significa ser feliz, enséñales a “ser” y no a “tener”. Sé tú un ejemplo para ellos porque cuando seas viejo como yo, verás lo importante que es morir en paz.
Hijo, estamos hechos para hacer el bien y con todos los mediocres que nos dirigen, que están lejos de la realidad, que solo buscan sus intereses personales o de partido, de bando, que no son ejemplo de lo que ordenan y que se sienten en la autoridad moral de pensar por ti, de ordenarte y multarte por no cumplir ni lo que ellos mismos hacen, con todos ellos, el mundo va marcha atrás… Lucha, rebélate, tú que aún eres joven, no me olvides, hijo. Sé que en tu corazón, la semilla de tu padre y mía, germinó, y, ahora, te toca a ti hacer de mis nietos las personas, las buenas personas que deben ser. Ni por mí, ni por ti, por ellos, para cuando tengan que morir lo hagan también en paz. Te quiero hijo.
(Contestación Antonio)
Mamá, gracias, gracias por haber hecho de mi lo que soy. Gracias por haberme dado las galletas necesarias y las píldoras apropiadas. Gracias por haberme inundado de amor y gracias por, a día de hoy, enseñarme aún el camino.
Llevas razón. El mundo lo estamos transformando en algo superfluo, en algo mediocre, en algo indecente, los que nos dirigen y también nosotros. Yo, el primero, no hemos estado a la altura vuestra. Hemos pensado que ya no teníais nada que enseñarnos. Os hemos aparcado en las residencias. Os hemos apartado de nuestras vidas y, ahora, que no hemos podidos despediros, no nos damos cuenta aún de nuestro gran error. Qué arrogantes somos. Perdón, Mamá, y si tienes ocasión, díselo también a Papá.
Sé que no estás conforme con los restos de Papa. Nunca lo sabremos, mamá. No te atormentes. Piensa que Papá creía en el cielo y, pronto, allí os veréis y si no, recuerda, solo recuerda la sonrisa que aún te profesaba cuando veíais a Marta y Josele. Vosotros, en el fondo, les habéis criado y son grandes chicos porque han tenido grandes maestros.
Mamá, en la fiesta del otro día, yo estuve. Participé, bebí, comí, reí, disfruté y, sinceramente, no me acordé de ti, de tus esfuerzos, los de la abuela, no recordé que os debo amor y respeto, no recordé que estaba allí, no solo por mis logros empresariales, y no recordé que pasarás la Navidad sola. Me has vuelto a enseñar el camino, y sí, Mamá, lucharé por un mundo mejor, lucharé por Marta y Josele, por dejarles un mundo mejor, una economía sostenible y un mundo con recursos y no explotado, un mundo donde el “ser” sea más importante que el “tener”, tener a toda costa, tener cosas innecesarias, tan innecesarias y superfluas como la cena del otro día. No solo falté el respeto a mi madre. Falté el respeto a miles de abuelos, a mis hijos, a mi como persona y, en definitiva, a un mundo que lejos de ser mío, es de todos.
Utilizaré mis recursos, la tecnología que conozco, los medios que dispongo para volver a llenar tu rostro de ilusión. Viva o muerta, te mereces sentirte orgullosa de tu hijo. Te lo prometo mamá.
Esteban Hernando