Durante los próximos cinco años, el Parlamento Europeo acogerá a europarlamentarios que llegan directamente desde las redes sociales, sin una formación política tradicional que los sustente y sin un programa bajo el brazo que defender. Por eso no tendrán nada que explicar a los que les han votado porque nada han ofrecido y nada han prometido. Sus votantes sabrán dentro de cinco años si les valió la pena darles su confianza.
En España este fenómeno "revolucionario" o quizás no tanto lo ha protagonizado el agitador/provocador/activista Luis Pérez Fernández "Alvise". Este pseudo político y sus Ardillas que han cautivado a alrededor de 800.000 votantes diciéndoles que "se acabó la fiesta". No nos dicen a qué fiesta se refieren ni qué plantean para después, pero sus votantes tampoco se han preocupado en preguntarle.
Alvise se mueve como pez en el agua en las redes aunque no le es ajeno esto de la política. Estuvo en UPyD con Toni Cantó hasta que le echaron y después intentó entrar en Vox, sin éxito. Quizás por eso se dedicó en cuerpo y alma en conseguir a una legión de seguidores que aplauden sus "noticias", casi todas falsas, y sus salidas de todo, amenazando con meter en la cárcel a Pedro Sánchez por su gestión.
Durante la pandemia esparció bulos sobre las vacunas, el origen de la misma o supuestos escándalos políticos. Dijo de Manuela Carmena que se agenció un respirador cuando los hospitales no tenían. Enseñó una falsa PCR de Salvador Illa o publicó fotos personales de José Luis Ábalos. Muchas de estas informaciones le han valido condenas en los juzgados. Pero nada de eso ha importando porque cuanto más ruido monta a su alrededor, más le votan. Da igual lo que diga que sus seguidores siguen creciendo. Pero sus mensajes tienen un denominador común, el odio a Pedro Sánchez, a la izquierda, a los nacionalistas, a los independentistas... en definitiva a todos lo que no son como el, vamos un populista de manual.
Ahora llega a la Eurocámara probablemente sin saber su funcionamiento, prometiendo sortear su sueldo, como hicieron otros en el pasado, promesas que obviamente no se cumplen y con el aire populista de Jesús Gil o Ruiz Mateos. Alvise se ha autonombrado representante del pueblo, de los patriotas que están hartos de los políticos y, según cuenta, ha tenido que convertirse en lo que más detesta para salvar a la Humanidad de sus desdichas. Durante el próximo quinquenio es probable que no leamos ninguna iniciativa suya para proponer soluciones a la crisis climática, a la crisis migratoria o a los peligros de la ciberdelincuencia. Pero me temo que veremos más de una escena preparada con la que consiga más publicidad, con insultos y desmedidos mensajes incluidos.
A pesar de todo, a pesar de lo inexplicable del fenómeno, Alvise ha tenido éxito en la Comunidad de Madrid donde consiguió el voto de más de 140.000 personas, por encima de Podemos. Municipios como Cubas de la Sagra, Griñón, Humanes, o Casarrubuelos han sido feudos en los que ha rebasado el 5% de los votos. Y ahora toca hacer análisis para intentar descubrir qué llevó a los votantes a apoyar a este outsider. Quizás la respuesta en sencilla: el odio al otro, el hartazgo, un acto de rebeldía, o simplemente una gracia como si votáramos a Chiquilicuatre.
Pero el fenómeno Alvise no es ni original ni único. En Chipre, el youtuber Fidias Panayiotou ha conseguido que le voten 2,6 millones de chipriotas, lo que le colocan también en el Parlamento. ¿Su mérito? ninguno, si acaso, ser famoso por grabar videos de humor, por ganarse a los jóvenes o por tomarse estas elecciones como un reto, una especie de "sujétame el cubata...". Promete convertirse en el mejor europarlamentario de la historia, a pesar de que reconoce que no tiene ni idea de política europea ni de sus instituciones.
Y así es como construimos Europa. Mientras el mundo se desangra en Palestina, en Ucrania y en otros alrededor de 60 conflictos bélicos por todo el mundo, nosotros votamos opciones como estás. Mientras el planeta se muere, mientras la sequia avanza, mientras la desigualdad se agranda... nosotros nos hacemos los graciosos ante unas urnas por las que muchos dieron su vida para que las disfrutemos ahora.
La banalidad de la política ha llegado para destruir nuestras democracias liberales desde dentro. Cuando perdamos lo que tenemos, nos daremos cuenta de lo que hicimos, pero cuando eso ocurra, como siempre en la historia, será tarde. Y nos tocará volver a luchar por lo que perdimos y que no valoramos cuando lo tuvimos.