Hoy vengo a abrir un melón. Parece mentira pero la coctelera de las polémicas se haya quedado seca. Vengo a poner sobre la mesa y a denunciar una realidad que hemos aceptado como válida. Una realidad que damos por sentado y que hemos aceptado entre todos: el precio de las camisetas de fútbol. Algunas superan los 100 euros, ¿cómo es posible? ¿de qué están hechas? ¿llevan ADN del propio jugador?
Bromas a un lado. Esta realidad esconde una doble mentira que choca entre sí: el exclusivo diseño de cada marca y su lugar de fabricación. Mientras que los aficionados se ven obligados a pagar cifras desorbitadas por una simple camiseta, las grandes marcas aprovechan la mano de obra barata en países en vías de desarrollo. Un poco hipócrita, ¿no?
Detrás del lujo de estos productos se esconde una cruda realidad: explotación laboral, salarios miserables y condiciones inhumanas. Los clubes y las marcas justifican los precios argumentando que el merchandising es una fuente crucial de ingresos, pero omiten deliberadamente esta cuestionable producción.
Como siempre: esto es la pescadilla que se muerde la cola. Grandes desigualdades fabricante-comprador, grandes beneficios y grandes campañas. Cada temporada tenemos una ve Sion nueva que alimenta esta rueda del consumismo innecesario, pero rentable para unos pocos. De nada sirve saltar al campo con los valores de igualdad, tolerancia y respeto; cuando en los hilos de esas camisetas hay sangre, sudor y lágrimas.
Clubes y marcas deben asumir su responsabilidad. Es imperativo caminar hacia una producción más ética. Si no se aborda esta realidad, el fútbol corre el riesgo de seguir sucumbiendo a las garras del capitalismo mientras arrastra vidas a su paso.