Llora en silencio en cada una de sus olas.
Llora en silencio el océano.
Se despertó Satán de su letargo y en las Islas Afortunadas
posó su crueldad encarnizada, a golpe traicionero e infame,
a la raíz que engendró la vida.
La partida de ajedrez se enrocó en el maligno.
Se hundió el cielo y abrió el infierno
descoyuntados los huesos y el ánima, ante tamaño pecado.
No existe purgatorio para el alma,
que comete infanticidio despiadado y entrega la carne mártir al olvido de los justos,
perecidos a manos del patriarca.
El pueblo de España grita lamentos de rabia
sobre la ponzoña que inundó triunfante, el corazón del perverso.
Se funden cruces de cólera inmisericorde, en el corazón del humano.
Escupe el pecho legión de lamentos de ira, trémulas las entrañas y enquistada la razón,
en desabrigada zozobra de repulsión y cólera.
No existen perdón ni piedad, para el mal nacido.
No hay absolución ni indulto para el despreciable.
Mal rayo parta su estampa y le condene a las tinieblas, por los siglos de los siglos.
Que le quede atroz desconsuelo e infinito tormento, allá donde vaya su alma.
Llora el océano por dos tiernos angelitos, de nombre Olivia y Anna.
Ulula el eco del viento sobre la lontananza, gemidos guturales de clamor y justicia.
Tañen las campanas por el dolor de una madre,
a la que le arrancaron la piel a tiras, a golpe de feroz venganza.
Llora el congénere, aquelarre disfrazado de retención o encierro.
En la sima oscura y fría, se halló la prueba del vil acto.
Llora el planeta entero en todos los continentes
por que Satán una vez más se despertó con saña
e indecente la apaciguo maldito, sobre dos ingenuos niños y su magia.
Esta vez en las Islas Afortunadas.
De nuevo sobre los poros de la piel, de nuestra España.
En los cuatro puntos cardinales de esta tierra
mudos y atolondrados sus picos, lloran hasta los pájaros.
Llora el océano lagrimas de sal y sangre inocente.
Llora la raza humana infamia mostrada.
Que Dios misericordioso acoja en su seno estas dos almas,
que el mal arrebató a la mujer que las parió y las llevó en sus entrañas.
No ha lugar para el mal en esta tierra y sí para la visión nostálgica,
de dos querubines de azúcar, miel y guirlache.
Dos angelitos, que a las puertas del cielo
sonreirán a su madre por siempre a través del recuerdo del ancestro,
sobre la memoria violentada.
Llora el océano lágrimas de sal y rabia,
vertidas en cada una de las puertas del alma.
Llora cada rincón de la patria.
En lo alto del horizonte, vierten lágrimas de impotencia Sol y Luna,
por dos almas.
Las almas de dos pececitos de nombre Olivia y Anna.