En estos últimos días, hemos asistido en todos los rincones de la península a la gran escapada, cual si de ganar una etapa de carrera ciclista se tratase o el bien hallado sálvese quien pueda como si nos fuera la vida en ello, ya que un alto porcentaje de ciudadanos, han cogido la montera por bandera y han puesto pies en polvorosa, cada cual con el destino y la excusa pertinente y procedente, para desengancharse del tedio de la vida cotidiana y tras un año de confinamiento obligado, echar tierra de por medio al grito de pies para que os quiero, con la intención loable de disfrutar un merecido descanso, amas de nuevas emociones que teníamos en la práctica casi olvidadas.
El ser humano posee la inteligencia, capacidad necesaria y abnegación suficiente, para adaptarse a cualquier circunstancia que pueda producirse, venga de la procedencia que venga o se presente adversa o favorable y cause satisfacción o escarnio y dolor desmedido en el alma.
Y una vez pasado el calvario, como no podía ser de otra manera, también posee la absoluta capacidad del olvido en tiempo récord.
En ocasiones, hasta sin haber aprendido nada en concreto, del caos antes sufrido o en el peor de los casos, no solo no habiendo asimilado nada positivo sino todo lo contrario, inmersos en un sentimiento exculpatorio de desprecio hacia el congénere y todo lo que le rodea, (tal vez causado por el dolor anteriormente sufrido) que no viene nada mas que a constatar, que a veces solo nos importa la liberación del egocentrismo propio y el bien común se queda perdido en el limbo de la injusticia.
En términos de actualidad y en concordancia con lo que estamos viviendo o padeciendo en los últimos tiempos en el planeta, viene a significar que tras el sacrificio y las penurias, el que tiene la suerte de haber salido libre de todo mal, en un pispás se olvida del que se quedó por el camino o del que aún continua sufriendo la congoja del mal en sus carnes.
Aquello del refrán del muerto al hoyo y el vivo al bollo al gozo, es lo que estamos viendo por desgracia en el presente nuestro de cada día, en la llamada nueva normalidad.
El alma que se marchó, al final solo se queda en el corazón del allegado, para el resto de los mortales, no deja de ser una mera estadística que llena espacio en el telediario.
Pero, salvando circunstancias muy especiales, la verdad es que la vida sigue y cada cual debe atender a sus obligaciones o asuntos básicos y necesita cubrir sus necesidades para la subsistencia, con lo cual no nos queda más remedio que continuar hacia adelante y hacer de tripas corazón como buenamente se pueda.
"Mantener la ilusión y el optimismo, incluso en tiempos aciagos, tal vez sea la mayor lección del milenio"
En esto radica principalmente una de las grandezas del individuo, pues en rocambolesca pirueta de los cánones sociales establecidos, mantener la ilusión y el optimismo, incluso en tiempos aciagos, tal vez sea la mayor lección del milenio, aprendida por el humano.
Al fin y al cabo hemos de pensar, que soñaba el ciego que veía y afortunado se le percibía, pues soñaba lo que quería.
Y como dice con acierto y tino, ese dicho tan popular, de que con la esperanza todo lo ansiado se alcanza, el que más y el que menos, ejerceremos punto final tras lo previamente vivido.
Y soñaremos, que con borrón y cuenta nueva, solo será cuestión de esperar, a que todo vuelva… a la antigua normalidad.