La campaña electoral se erige como el escenario predilecto para que la demagogia roce máximos. Nuestros políticos comienzan a desplegar la artillería pesada para arrastrar el voto de los madrileños en un contexto político muy polarizado. Entre las proclamas más repetidas en las últimas semanas, se han colado los impuestos.
A nuestros políticos les encanta hablar de lo terrenal y lo divino, pero saben que si nos ‘tocan el bolsillo’, su mensaje nos cala más hondo. Hago un llamamiento a la crítica. No a la destructiva, pero sí a identificar el populismo de mercadillo al que se no está acostumbrando en esta campaña de memes. ¿Cómo identificamos un argumento demagogo?
Por un lado, tenemos a las denominadas fuerzas progresistas rechazando la reducción de la presión fiscal porque, entonces, ¿Cómo se financian los servicios públicos? Esta afirmación es cierta.
A nuestros políticos les encanta hablar de lo terrenal y lo divino, pero saben que si nos ‘tocan el bolsillo’, su mensaje nos cala más hondo
Por otro lado, los liberales (este término tan cool que está popularizando la derecha más conservadora) abogan porque el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos. Esta afirmación también es cierta. El problema viene cuando los ciudadanos no queremos asumir la responsabilidad de nuestros actos. Si optamos por una fiscalidad moderada, aunque contemos con una clase política plagada de buenos gestores (en serio, traten de imaginárselo), los servicios públicos, hay que pagarlos. Y esa financiación no nos engañemos, proceden de esos ‘molestos’ impuestos que pagamos.
Tampoco tenemos que caer en el error de pensar que por inyectar una ingente cantidad de recursos a un servicio va a ser necesariamente mejor.
Hago un llamamiento a la crítica y, sobre todo, a la aceptación de nuestras responsabilidades en las decisiones que tomamos. No solo metemos una papeleta en una urna. Elegimos un modelo de gestión.