Cualquier político que se precie en los tiempos que corren quiere tener a los medios de comunicación, primero, controlados y, finalmente, amordazados. Por desgracia, el periodismo del siglo XXI ha claudicado a conformarse como cuarto poder para simplemente participar como palmero en la comunicación. Ahora bien, si hablas de un ente público habría que recurrir a la BBC para darnos cuenta que su relación con el estado británico no está basada en el sometimiento, en el seguidismo y a veces en el bochorno ajeno.
Lejos de la habitual función de control que deben ejercer los medios, y mucho más los medios públicos, estamos, por desgracia, acostumbrados a permanentes masajes con final feliz. Es el continuo cuento del traje del emperador. Es ordinario, zafio y chusquero. Es convertir al antiguo oficio de periodista en un permanente ejercicio de contar grandezas de gente habitualmente pequeña.
Sobran los halagos y falta análisis crítico de la realidad. Sobran políticos de relleno y faltan periodistas de verdad. Convertir al periodismo en una fábrica de churros al servicio de los comechurros no hace sino alterar la realidad.
La tele de todos los madrileños
Que una de las primeras decisiones de esta minilegislatura vaya a ser sobre la televisión regional y el control que el gobierno de turno ejerce sobre ella no deja de ser una muestra más de ese control que ya no se pretende ni siquiera disimular. Ya no es la publicidad, o los concursos más o menos apañados: es el propio gobierno el que se mete a controlar, consejero en mano, el contenido y el funcionamiento de un medio que cuesta muchos millones a todos los madrileños... Y no es un control para que cueste menos, no se vaya usted a creer...