Hace un par de días me llegó el corte de una entrevista por Instagram. Durante la charla, la creadora de contenido a la que entrevistan cuenta cómo una vez se vio forzada a grabar una escena de sexo con un hombre que le triplicaba la edad. Ella tenía 18 y él rozaba los 60. Ambos coincidieron en un set de cine porno y, aunque ella manifestó su rechazo llorando, nadie escuchó su opinión y terminó por hacer la escena a pesar de que, tal como lo recuerda, no quería tener sexo con este hombre.
Los comentarios a esta entrevista se han multiplicado en redes sociales y muchos coinciden en que nada de esto tiene que ver con el consentimiento porque consideran que la relación se da en un ambiente laboral y que no siempre nos gusta lo que tenemos que hacer en el trabajo. Sin embargo, cuando nos ubicamos en un contexto en el que se pone en riesgo nuestra integridad física y emocional esto ya no es un argumento válido. El hecho de que no seamos capaces de identificar una situación de abuso es, por un lado, peligroso y, por otro, un reflejo del punto en el que nos encontramos socialmente y de todo el trabajo de concienciación que tenemos pendiente.
Cuando nos hacemos la pregunta de si alguna vez nos hemos visto obligadas a tener sexo, la respuesta rápida suele ser no, ya que nos remitimos a un contexto en el que, probablemente, la violencia sea un componente esencial. Sin embargo, las maneras en las que podemos sentirnos forzadas a mantener relaciones sexuales van, a menudo, más allá de lo que asociamos con una violación.
Tradicionalmente, las mujeres hemos vivido nuestra sexualidad desde una posición que, muchas veces, se asocia a la vergüenza y la culpa, pero, a su vez, nos hacen mirar a la complacencia como un objetivo al que aspirar, que nos lleva a anteponer el deseo ajeno al propio. ¿Dónde quedan nuestro consentimiento y el placer cuando hablamos de educación sexual? Habitualmente, la anticoncepción y las infecciones de transmisión sexual copan el programa de una sesiones que se dan de manera anecdótica en las aulas y que si ni forman ni educan, mucho menos, empoderan.
Esta tendencia está cambiando y es importante trabajar para garantizar una educación sexual de calidad para que las nuevas generaciones crezcan desde el autoconocimiento y el respeto al cuerpo, el consentimiento y el deseo, sin dejar de escuchar a la pareja o parejas sexuales. Solo así será posible que disfrutemos de un sexo seguro y placentero que se aleje de la aprobación ajena. Un sexo en el que no volvamos a sentir la necesidad de aceptar una práctica, unos tiempos o un contexto con los que no nos sentimos cómodas, sin que esto nos suponga arrastrar miedo, culpa o vergüenza.